Por qué Silicon Valley está tan obsesionado con la IA y qué pueden hacer los inversores al respecto
| Por Silvia Meijon | 0 Comentarios

¿Qué ocurre cuando se junta a un analista tecnológico, un gestor de carteras con enfoque en valor y otro inversor que se declara escéptico ante la inteligencia artificial? El resultado es un día típico en Fidelity International, reflejado en el último episodio del podcast Fidelity Answers.
«Intento pasar mucho tiempo con personas que no están de acuerdo conmigo», afirma Jonny Tseng, analista senior del sector tecnológico y firme defensor de la IA. «Quiero saber que, si estoy equivocado, por qué lo estoy. Pero si puedo demostrar que su opinión es errónea, entonces sé que la mía es correcta».
Tseng no está solo en este debate. Pocos temas generan tanto desacuerdo entre los inversores como la inteligencia artificial, especialmente en torno a si el ingente gasto que conlleva su desarrollo está realmente justificado.
Y es que las cifras son descomunales. «Son empresas del tamaño de pequeños estados que lo apuestan todo al capital», señala Tseng. «Eso te dice que el premio es grande. Pero también significa que hay mucho en juego».
¿Tecnología estructural, inversión cíclica?
La magnitud de la apuesta ha llevado a Fidelity a plantear una pregunta clave a sus inversores: ¿Cómo valoran los posibles rendimientos de la IA en los próximos diez años? Rosanna Burcheri, gestora de Carteras de Valor, se muestra optimista: «Le doy un siete sobre diez. Estamos empezando a ver más aplicaciones, formas en las que la IA puede ayudar a hacer cosas que realmente generan ahorros para una empresa. Pero aún no sabemos cuál será la aplicación estrella».
Esa es una pregunta que todos los colaboradores de la firma se hacen. Tseng comparte impresiones sobre su reciente viaje a Silicon Valley, donde se reúne con frecuencia con las compañías que suelen liderar la próxima gran novedad. Explica que el año pasado predominaba el entusiasmo por las leyes de escalabilidad general de esta tecnología. Ahora, el foco ha cambiado: lo importante es cómo las empresas transforman esa escalabilidad en productos reales, «y justo a tiempo». «Llevamos varios años esperando ver productos que la gente pueda tener en sus manos y que generen ingresos reales», añade el analista.
La realidad, sin embargo, es que esos productos todavía no han llegado de forma masiva, y eso plantea dudas entre los inversores. A falta de resultados tangibles, la inteligencia artificial aún no ha generado el tipo de rendimientos que muchos esperaban. Esa misma visión la comparte Dmitry Solomakhin, gestor de Carteras Contrarian: «El mercado estadounidense se ha visto impulsado por las historias y el impulso durante varios años. Algunas partes del mercado se encuentran en una burbuja». Solomakhin, al igual que sus colegas, no cuestiona la viabilidad de la IA como tecnología. De hecho, afirma con claridad que «la IA es real y estructural. Continuará durante muchas décadas».
Su escepticismo se centra, más bien, en cómo está reaccionando el mercado ante esta tendencia: «El mercado toma un tema como la IA y lo lleva al extremo. Lo magnifica, lo multiplica, lo extrapola. Y así es como se crean las burbujas», concluye el experto.
Rosanna Burcheri coincide en que la IA ha llegado para quedarse, pero considera que eso no justifica por sí solo las elevadas valoraciones que se observan actualmente: «Se trata de un cambio estructural en términos de tecnología. Pero la inversión es la gran incógnita en este momento», comenta.
En busca de la velocidad de escape
Y ante esa incógnita, ¿cómo valora el más escéptico del grupo los beneficios que puede generar la IA en la próxima década? Solomakhin no duda: «Creo que habrá un pequeño grupo que obtendrá un 12 sobre 10», afirma. «Y habrá un gran grupo que obtendrá un cero. O quizá un resultado negativo», añade.
Es inherente a los avances tecnológicos como este generar pánico entre las empresas, un pánico que precede a una consolidación inevitable. Tseng lo expresa así: «La motivación no es solo el beneficio para las empresas, es existencial», explica. «Si tu empresa deja de existir, entonces no hay beneficios», concluye.
El ciclo actual del mercado es especialmente brutal. Burcheri explica que, con las tecnologías anteriores, era ventajoso no moverse demasiado rápido: «Apple no fue la primera en crear un smartphone, pero creó el mejor». Esa ventaja ha desaparecido. Tseng describe el problema al que se enfrentan las empresas con la «automejora recursiva»: «La idea es que las primeras empresas que alcancen la superinteligencia podrán utilizarla para mejorar aún más», explica. «Entonces se alcanza la velocidad de escape. Tu IA mejora mucho, hace nuevos descubrimientos y, de repente, nadie puede detenerte».
Tseng es optimista con respecto a la IA, pero realista sobre el impacto que tendrá: «Todos los ejecutivos de las empresas han leído The Investor’s Dilemma, que sostiene que si te ves afectado por una disrupción, estás acabado. Todos han visto [lo que le pasó a] Nokia e IBM. En el pasado, eran reyes. Luego se vieron afectados por la disrupción», comenta.
Aprovechar el bombo publicitario
Entonces, ¿dónde se encuentra el pequeño grupo de ganadores que menciona Solomakhin? Entre aquellos que pueden aprovechar esta tecnología y canalizarla hacia aplicaciones tangibles.
Se está empezando a ver pruebas de ello. Tseng explica cómo las empresas que conoció en Silicon Valley están avanzando en el campo de la IA agencial, especialmente en el servicio de atención al cliente, pero también incorporando el software a los procesos empresariales, sobre todo a la programación de código. Una de las empresas que visitó utiliza la IA para escribir el 80% de su código. Esto representa un «desbloqueo crítico»: «Si sabes programar código, puedes hacer cualquier cosa que pueda hacer un ordenador», explica el analista. Esto permitiría alcanzar por fin las ganancias en eficiencia que los defensores de la IA llevan tiempo prometiendo.
Pero para Solomakhin eso no basta. El entusiasmo, el impulso, el bombo publicitario… Silicon Valley tiene todo eso en abundancia. Pero él busca hechos concretos. «Si alguien mejora la segmentación publicitaria, el servicio al cliente o el desarrollo de software backend, lo que quieres ver es un aumento de los ingresos o una mejora del margen operativo, o ambas cosas. Cuando empecemos a ver esto, se puede decir que se trata de un valor tangible y que puedo cuantificarlo. Sé cómo medirlo y compensarlo con mi inversión inicial. Entonces, puedo justificar el retorno de la inversión», concluye.
A pesar de sus diferencias de enfoque, todos los colaboradores de Fidelity coinciden en una cosa: aún no se ha llegado a ese punto.