La pandemia puso fin a un periodo sin precedentes, caracterizado por un entorno de tipos de interés negativos que permitió un crecimiento general sostenido. El coronavirus abrió la puerta a una serie de acontecimientos que han contribuido a la persistencia de episodios de volatilidad que alimentan la incertidumbre de los mercados.
Los family offices, como cualquier otro agente económico, se han visto afectados por esta coyuntura. Sin embargo, han puesto en valor su experiencia y visión estratégica para manejar la situación y evitar que la inestabilidad de los mercados pueda erosionar el valor de los patrimonios cuya gestión tienen encomendada.
Desde que se iniciara este periodo, estos grupos de inversores familiares han venido incrementando su asignación al inmobiliario como forma de anclar el valor de sus carteras, ya que las características de esta clase de activo, que ofrece una estabilidad muy valorada, se alinean con sus objetivos de preservación patrimonial.
La experiencia en inversión que han adquirido durante un ciclo tan complejo, junto con el aumento de los patrimonios que gestionan, les ha permitido afrontar operaciones inmobiliarias complejas y, por su tamaño, próximas a la escala institucional. De hecho, muchos family offices ya abordan este tipo de proyectos como inversores ancla.
Esto es posible porque no tienen un ciclo de vida definido y porque su filosofía de inversión, basada en una independencia que les permite moverse con libertad fuera del radar más convencional, les conduce a un estilo de gestión que es una mezcla única de profesionalización y visión familiar. En un contexto tantas veces condicionado por el corto plazo, los family offices ponen el contrapunto gracias a su visión de permanencia.
En los últimos años, uno de los focos de atención de los family offices ha sido el fortalecimiento de sus estructuras de gobierno, típicamente directas y ágiles en la toma de decisiones, lo que resulta especialmente eficiente en escenarios como el actual.
El inmobiliario les permite abordar inversiones directas con plena autonomía para estructurar las operaciones, lo que se traduce en mayor control, flexibilidad de gestión y capacidad para adaptar el horizonte temporal y la estructura de financiación adecuada. Además, ofrece acceso a determinados beneficios fiscales que pueden generar ahorros significativos.
A la estabilidad mencionada se suma la predictibilidad de los flujos de caja vinculados a las rentas que están normalmente indexadas, lo que refuerza su atractivo. Además, los family offices muestran una elevada convicción en su potencial de revalorización a medio y largo plazo, con niveles de riesgo más controlados respecto a otras alternativas de inversión.
Esta combinación de experiencia, estabilidad y gestión prudente del riesgo repercute positivamente en la economía real. Los family offices operan como inversores estables por convicción, aportando capital paciente que acompaña a las empresas en el largo plazo, sin la presión de obtener retornos elevados en el corto, lo que permite desarrollar modelos de negocio de manera paciente y sosegada, respaldados por inversores con amplia experiencia empresarial.
Estos grupos familiares tienen la capacidad de movilizar capital significativo hacia la economía real, que es el destino preferido para sus inversiones. Esta orientación los posiciona como actores estratégicos en el mercado inmobiliario español, con vocación de continuar creciendo en un segmento boyante y con sólidos fundamentales. A medida que el sector se sofistica y las operaciones ganan en complejidad, los family offices demuestran que el éxito de sus historias particulares se alimenta en gran medida de esa experiencia y jerarquía, que los sigue manteniendo —y los mantendrá— como inversores dinámicos y altamente competitivos dentro del ecosistema financiero.
Tribuna por Juan de Gonzalo, CEO de BNP Paribas Wealth Management en España.




