La expansión del crédito privado hasta ahora se ha concentrado en el direct lending, impulsada por la retirada de los bancos del crédito apalancado y el rápido crecimiento del capital privado. Pero frente al entorno de tasas elevadas y el debilitamiento de las operaciones de private equity, el sector está ampliando su ámbito hacia nuevas clases de activos y nuevos tipos de prestatarios, señala un informe de McKinsey & Company.
Mayor competencia y diversificación
Quienes invierten en crédito privado se diversifican: no solo fondos especializados, sino también capitales provenientes del retail y de aseguradoras. La competencia dentro del sector se vuelve más intensa, con firmas tradicionales, bancos y gestores alternativos participando de forma más directa.
Estos cambios configuran un punto de inflexión estratégico para los actores del mercado. Por un lado, los bancos están sujetos a regulaciones crecientes —como las nuevas disposiciones del “Basel III endgame” que implican mayores requerimientos de capital y normas de liquidez más estrictas— lo que puede limitar su apetito por préstamos de largo plazo.
El estudio de la consultora internacional sugiere que se puede acelerar la transición de activos de las cuentas bancarias hacia entidades no bancarias. En ese nuevo entorno, los fondos de crédito privado, gestores de activos y aseguradoras que logren establecer capacidad el origen confiable de los fondos pueden captar oportunidades significativas.
Las cuatro tendencias que definen una nueva era
McKinsey identifica cuatro tendencias que definirán la próxima era del crédito privado:
La primera es la expansión hacia una gama más amplia de activos. En particular, nuevos segmentos como financiamiento con respaldo de activos (asset-backed finance), infraestructura y proyectos, hipotecas “jumbo” no convencionales y bienes raíces comerciales de mayor riesgo podrían migrar del dominio bancario al circuito privado. Se estima que entre 5 y 6 billones de dólares de este tipo de activos podrían cambiar al ecosistema no bancario en Estados Unidos durante la próxima década, si se mantienen ciertas condiciones: tasas de interés elevadas, desempeño razonable de los activos, y estabilidad regulatoria.
La segunda tendencia es el surgimiento de asociaciones y modelos de negocio de arquitectura abierta. Bajo esta lógica, la originación del crédito podría separarse de la tenencia final del riesgo, permitiendo que distintos jugadores participen en diferentes partes del proceso: algunos originan préstamos, otros los gestionan o los venden. Los bancos podrían transformarse en originadores con modelos “asset-light”, colaborando con gestores y aseguradoras para distribuir los préstamos, por ejemplo mediante sindicaciones, acuerdos forward-flow, ventas de activos o mecanismos sintéticos de transferencia de riesgo. Las aseguradoras, por su parte, podrían asumir un rol más activo en la originación de crédito alineado con sus perfiles de pasivo y jurisdicciones offshore que favorecen cargas de capital más bajas en ciertos activos.
La tercera tendencia es que las ventajas de escala se amplificarán como elemento clave de diferenciación competitiva. En segmentos de mayor tamaño o complejidad (por ejemplo, grandes empresas, infraestructura, bienes raíces de gran magnitud), solo los prestamistas con recursos y dimensiones suficientes podrán competir. En la recaudación de capital, los jugadores grandes estarán mejor posicionados para invertir en distribución, operaciones y tecnología para captar recursos de bases como aseguradoras o inversores institucionales más amplios.
La cuarta tendencia es el uso intensificado de tecnología para mejorar desempeño, eficiencia y escalabilidad. El crédito privado deberá incorporar herramientas como inteligencia artificial, machine learning y datos alternativos para optimizar la evaluación crediticia y el monitoreo del portafolio. La automatización permitirá estandarizar procesos y reducir la latencia de decisiones de crédito. Además, plataformas digitales cobrarán relevancia para originar préstamos más pequeños, conectar prestatarios y distribuidores, y facilitar solicitudes de crédito de forma más ágil.
Los expertos de McKinsey piensan que la huella del crédito privado seguirá expandiéndose, y que la migración de activos desde balances bancarios hacia entidades no bancarias representa una oportunidad sustancial. Sin embargo, advierte que también es esencial monitorear riesgos en el corto plazo, especialmente en escenarios de desaceleración económica que puedan afectar la calidad crediticia. Para navegar ese nuevo panorama, los principios tradicionales del crédito —una comunicación transparente con inversores, una administración prudente y un buen proceso de underwriting— seguirán siendo fundamentales.