Inmersos en una crisis pandémica parece que nos hemos dado cuenta del delicado equilibrio del mundo natural y de la necesidad de recuperarnos con la mirada puesta en un futuro más sostenible. La inversión es una vía muy poderosa para llevar a cabo esa transición verde y en los últimos años han nacido productos que nos permiten adoptar un papel más relevante en la lucha por un mundo neutro en emisiones.
Uno de ellos son los bonos verdes, los cuales han experimentado un repunte muy importante en 2020. Según explican Matteo Merlin y Caterina Ottavi, gestores del fondo Eurizon Absolute Green Bonds, los bonos verdes son uno de los instrumentos que se dirigen hacia una economía verde o un modelo económico que mejora el bienestar de las comunidades y la igualdad social, al tiempo que reduce el riesgo ambiental y ecológico.
Sin embargo, en un mundo con tipos de interés cercanos a cero ¿qué beneficio pueden dar al inversor los bonos verdes? Según explican los gestores del fondo, los instrumentos financieros responsables permiten un retorno sobre capital invertido, con el plus de generar externalidades positivas y por lo tanto determinan beneficios para la comunidad que no los paga.
Por otro lado, uno de los principales riesgos de invertir en productos sostenible es el greenwashing o el eco-lavado, que hace referencia a cuando nos intentan vender un producto como sostenible cuando en realidad no lo es. “Es nuestra principal preocupación y el fondo Eurizon Absolute Green Bonds tiene mucho cuidado para evitar este fenómeno. Para ello, el fondo realiza una selección del universo con etiqueta verde y selecciona instrumentos financieros caracterizados por un alto nivel de «ecologismo», expresando una preferencia por los sectores con mayor impacto ambiental”, explican. Asimismo, Eurizon publica dos veces al año el informe de impacto del fondo, que describe y cuantifica el impacto climático o ambiental de los proyectos financiados por las cuestiones verdes. “Se trata de un instrumento útil para los inversores interesados en evaluar las externalidades positivas generadas por sus inversiones”.
Un producto en auge pero que aún da sus primeros pasos
El mercado de los bonos verdes es un mercado joven y global en una fase de crecimiento y desarrollo en el que participan cada vez más actores. Las primeras emisiones en 2007 y la definición del GBP – Green Bond Principle – establecido por ICMA en 2013 (revisado en 2018) dieron una mayor estructura al mercado permitiendo un crecimiento inicial. En 2018, según aclaran Merlin y Ottavi, la Comunidad Europea, consciente de la importancia de los bonos verdes como uno de los motores de crecimiento de la financiación sostenible, presentó una propuesta de reglamento sobre el establecimiento de un marco para facilitar la inversión sostenible.
El proceso de debate entre los agentes institucionales, empresariales e internacionales celebrado este año tuvo como consecuencia la publicación del Reglamento sobre la taxonomía y se están celebrando consultas sobre el establecimiento de una normativa sobre los bonos verdes de la Unión Europea.
“La creación de una regulación europea, que pueda utilizarse a nivel mundial, tiene como objetivo permitir tanto el crecimiento dimensional del mercado como la identificación por parte de los inversores de oportunidades sostenibles cada vez más creíbles. Estos esfuerzos, compartidos con varios países incluso fuera de la zona europea, muestran que dentro del mercado se ha producido una evolución de la que sólo estamos viendo los primeros pasos”, explican.
Según datos de Eurizon, en septiembre, las emisiones totales del mercado mundial de bonos verdes superaron el billón de dólares desde la primera emisión en 2007 realizada por el Banco Europeo de Inversiones. A pesar de la ralentización motivada por la pandemia del COVID-19, las emisiones desde principios de año superan los 180.000 millones de dólares, de los cuales más de 30.000 millones han sido sólo en septiembre.
Tal y como relatan los expertos, el crecimiento del mercado ha dado lugar a una importante evolución en la composición del sector. Además, muchos gobiernos se han decantado por la emisión de bonos verdes después de la primera emisión de Polonia en 2016, seguida un año más tarde por Francia, que se ha convertido ahora en el mayor emisor del mundo. Posteriormente, también otros países han tomado este camino, como Irlanda, Bélgica, Holanda, Suecia o Alemania. “Los emisores soberanos han dado un nuevo impulso al crecimiento en tamaño y esperamos que otros países también sigan esta senda”, valoran los gestores del fondo.
En cuanto a las empresas, Merlin y Ottavi observan un crecimiento de emisores que han realizado más de una emisión verde y nuevas emisiones en sectores económicos que aún no estaban presentes, como el químico y automovilístico. Sin embargo, advierten de que hoy en día, los bonos verdes representan sólo un pequeño porcentaje del mercado de deuda global. “Creemos que el bono verde está dando sus primeros pasos”, añaden.