Bruselas ha aprobado recientemente un paquete de medidas para incentivar el ahorro y la inversión en la ciudadanía. Con ello se pretende mejorar el retorno del ahorro, financiar a las empresas de la eurozona y reforzar su competitividad. En otras palabras, hará más fácil invertir en acciones, bonos y fondos con procedimientos simplificados que acerquen el ahorro al crecimiento real de Europa.
Este impulso europeo —enmarcado en la Unión de Ahorros e Inversiones (SIU) y concretado a través del establecimiento de las Cuentas de Ahorro e Inversión (CAI)— incluye una estrategia de alfabetización financiera y una recomendación a los estados miembros con directrices para implantar o mejorar estas cuentas. Este avance supone un potencial enorme si logra ir más allá de incentivos fiscales o financieros. Abre el debate sobre cómo orientar esos recursos hacia la economía real y sostenible.
Desde nuestra perspectiva como entidad de banca basada en valores, Europa debe encaminarse hacia un ahorro con propósito, capaz de financiar una transición social, alimentaria y de bienestar en la que los bienes y recursos se produzcan de forma responsable y con un impacto positivo para la humanidad.
Al final, todo avance europeo tiene su reflejo en la vida de las personas. Las decisiones que se toman en Bruselas influyen en la manera en la que cada familia gestiona su día a día, su ahorro y su futuro. La medida, que se percibe como positiva, llega en un momento en el que la capacidad de muchos hogares se ve tensionada por la inflación, el encarecimiento de la vida y la incertidumbre económica.
En nuestro país, la mayoría de los hogares consiguen ahorrar, aunque sea de manera esporádica y con cantidades ajustadas. Según las conclusiones de nuestro II Estudio sobre Conductas Sostenibles de la Población Española, alrededor del 80% aparta algo de dinero con cierta regularidad, pero solo un 20% alcanza la recomendación de guardar una quinta parte de sus ingresos, mientras casi otro 20% admite que nunca lo logra. Es decir, las cifras reflejan una voluntad real de ahorrar, pero también las dificultades que impiden consolidar el hábito, como la pérdida de poder adquisitivo y los ingresos irregulares.
Pero la cuestión va más allá de cuánto conseguimos guardar cada mes. La pregunta que conviene no perder de vista es la de qué se hace con el dinero que ahorramos. Cada euro que dejamos en manos de una entidad bancaria contribuye a financiar una actividad determinada. Puede apoyar industrias contaminantes como la de los combustibles fósiles, el juego o las armas; o, por el contrario, puede fomentar la transición energética, la vivienda social, la educación o la agricultura ecológica.
De ahí que resulte tan importante tomar conciencia de para qué se utiliza nuestro dinero y elegir dónde y a quién se lo confiamos. Con su propuesta, Europa ha reconocido la necesidad y el siguiente paso debería ser orientar esos incentivos hacia algo que tenga un propósito. No basta con premiar la acumulación, es preciso reconocer y promover el ahorro que financia la economía real, la que genera empleo, impulsa la innovación sostenible y fortalece el tejido social.
Hay que tener una mirada más amplia: la del ahorro consciente y activo, aquel que combina la planificación personal con la responsabilidad colectiva. El que busca rentabilidad y también coherencia con los valores y con la visión de futuro que queremos construir.
Por supuesto, no se puede obviar que ahorrar es complicado. Los precios de la vivienda, la energía o los alimentos reducen la capacidad de muchas familias para generar un colchón financiero. Aun así, cada gesto importa.
El verdadero valor del ahorro está en su capacidad de contribuir a una economía sostenible y equitativa. Puede entenderse como un contrato social: las personas hacen el esfuerzo de reservar parte de sus ingresos y confiarlos a una entidad que, a su vez, asume la responsabilidad de canalizar ese dinero hacia proyectos que construyan un futuro mejor.
Europa ha dado un paso adelante. Ahora nos corresponde a entidades, reguladores y ciudadanía dar el siguiente. Es momento de convertir ese impulso regulatorio en un cambio real, orientado a una economía más justa, sostenible y conectada con las necesidades reales de las personas y del planeta.
Tribuna de Susana Cabada, directora de Retail Bank de Triodos Bank




