Si lo dice Larry Fink, el CEO de BlackRock, hay que tenerlo en cuenta, se esté de acuerdo o no. Y Fink piensa que el viejo modelo económico de la globalización se está desmoronando, que vivimos en un mundo de desigualdades y que el nacionalismo económico de fronteras cerradas de Donald Trump no es la solución.
En medio de la incertidumbre más total, el ejecutivo se aventura a hablar del nuevo paso que deben dar las democracias en una carta sin desperdicio publicada en el Financial Times y fechada el 3 de junio.
Fink reconoce que vivimos tiempos especiales: «La economía global se encuentra en una situación extraña: sabemos más sobre los próximos siete años que sobre los próximos siete días».
«Durante casi dos meses, he viajado por el mundo y he escuchado la misma pregunta: ¿qué pasará con los aranceles?». El CEO de BlackRock reconoce que solo hay conjeturas al respecto, ninguna certeza, y que el peor escenario es desolador, con shocks de oferta, inflación en espiral y desaceleración económica.
«A estas alturas, las conjeturas se han convertido en un producto básico, descontado, especulado hasta la saciedad, repetido sin cesar en los titulares», dice uno de los hombres más poderosos del mundo. La carta de Fink publicada en el Financial Times no tiene desperdicio, está llena de frases fuertes.
Los bemoles de la globalización
Los aranceles de la administración Trump son el síntoma de una reacción negativa a la era de lo que podría llamarse «globalismo sin barreras».
El PIB mundial creció más desde la caída del Muro de Berlín en 1989 que en toda la historia registrada hasta entonces, pero los beneficios no se repartieron equitativamente. «Los inversores del S&P 500 obtuvieron una rentabilidad superior al 3.800%. Los trabajadores del cinturón industrial, no», dice el CEO del mayor gestor de ETFs del mundo.
Por lo tanto, «no sorprende que este modelo de globalización se esté desmoronando. Pero su sustituto propuesto —el nacionalismo económico tras fronteras cerradas— ya no resulta convincente».
Hay esperanzas y al menos el CEO de BlackRock tiene respuestas: «La verdadera pregunta aquí es qué reemplaza al modelo que nos llevó a este punto. Y la respuesta está empezando a vislumbrarse. No se trata ni del globalismo ni del proteccionismo, sino de una combinación: mercados abiertos con objetivos nacionales —y trabajadores— en mente».
Fink no deja de ser un verdadero creyente en los mercados: «En el corazón de este nuevo modelo se encuentran los mercados de capitales: bolsas donde la gente invierte en acciones, bonos, infraestructura, en todo. ¿Por qué? Porque los mercados son excepcionalmente adecuados para transformar el crecimiento global en riqueza local, aunque, históricamente, eso no siempre ha sucedido».
«Deberíamos seguir queriendo que el capital se mueva libremente hacia las oportunidades; eso es lo que hace que los mercados sean eficientes. Pero eso no significa que los países no puedan repatriar una mayor parte de ese capital», dice la nota del Financial Times.
La utopía de un nuevo mercado
Larry Fink anuncia la llegada del ciudadano inversionista: el mercado es la solución.
«En un modelo más adaptado a las necesidades nacionales, los mercados canalizan los ahorros de los ciudadanos hacia empresas e infraestructuras locales. Las ganancias revierten en las personas, ayudándolas a costear viviendas, educación y jubilación. En pocas palabras: las personas impulsarán el crecimiento económico de su país y serán propietarias de una parte.
Para el CEO de BlackRock, el primer paso es ayudar a más personas a convertirse en inversionistas. «Los gobiernos se están replanteando para quiénes están destinados los mercados. Durante décadas, sirvieron principalmente a los ciudadanos más ricos y a las instituciones más grandes de los países. Ahora, los países están democratizando los mercados al reconocer que el mismo trabajador de fábrica que la globalización dejó atrás también puede ser un inversionista», señala.
Fink toma como ejemplo a Japón: «Hasta hace poco, no contaba con incentivos fiscales para invertir para la jubilación. Ahora, su programa Nisa está en auge y la matriculación superó los 25 millones el año pasado. Mientras tanto, los legisladores estadounidenses están considerando una versión basada en el mercado de los bonos para bebés, con una cuenta de inversión para cada estadounidense al nacer. Incluso un depósito modesto podría convertirse, para los 50 años, en un colchón de jubilación o un fondo universitario».
Una advertencia a la Unión Europea
Fink piensa que el capital no puede impulsar el crecimiento si está atrapado en la burocracia. Sin embargo, la Unión Europea opera bajo 27 sistemas legales diferentes. E incluso si se sortean esos trámites burocráticos y se decide invertir —por ejemplo, en una empresa energética—, puede llevar 13 años tan solo autorizar una línea eléctrica.
«El resultado es la parálisis. Los europeos ahorran más del triple de sus ingresos que los estadounidenses, pero invierten mucho menos», señala el CEO de BlackRock.
El profesional piensa que en Europa existe un impulso creciente para eliminar las barreras que frenan el capital: permisos más rápidos, menos burocracia en IA, un marco regulatorio único en lugar de 27 y, lo más importante, una verdadera unión de ahorro e inversión. «Si yo fuera un político de la UE, esa unión sería mi máxima prioridad. Los inversores estarán atentos», comenta.
Fink concluye: «Por supuesto, la expansión de los mercados no lo solucionará todo. Si no se controla, la financiarización puede alimentar la desigualdad. Ese fue el primer borrador de la globalización: enorme riqueza, distribuida de forma desigual, sin pensar en quién se beneficiaba ni dónde. Lo que está surgiendo ahora es el segundo borrador de la globalización, una reglobalización diseñada no solo para generar prosperidad, sino para dirigirla hacia las personas y los lugares que quedaron atrás la primera vez».