La humanidad atraviesa un punto de inflexión caracterizado por crisis múltiples, donde el desastre ecológico, la erosión democrática y la radicalización del discurso político convergen. Esta policrisis se ve intensificada por mercados sin control y una desigualdad creciente, rasgos característicos de civilizaciones al borde del colapso.
Hans Stegeman, economista jefe del banco Triodos Bank, explora las fuerzas que socavan la estabilidad ambiental, social y económica global, y advierte sobre la convergencia de crisis interconectadas, conocida como policrisis. Con una crítica clara y directa, analiza el auge del trumpismo y las fuerzas desestabilizadoras de la extrema derecha y denuncia cómo tanto EE.UU. como Europa abandonan sus compromisos de sostenibilidad en favor de intereses corporativos y de corto plazo. Sin embargo, dentro de esa turbulencia hay una oportunidad para que Europa asuma el liderazgo en materia climática, democrática y de bienestar para todas las personas.
La estrategia del caos político
La sociedad está en un punto de inflexión. Ante desafíos sistémicos como la crisis climática y la degradación ambiental, las respuestas políticas y económicas son insuficientes y, en algunos casos, directamente contraproducentes. Existen (al menos) dos preocupaciones urgentes, la del aceleracionismo de Trump y la del colapso acelerado de los ecosistemas.
La transición de democracias abiertas y libres hacia democracias iliberales, así como la expansión de políticas autocráticas son síntomas de una sociedad sin contrapesos, donde las dinámicas especulativas y la desregulación han erosionado las bases de una gobernanza responsable. Los acontecimientos recientes en EE.UU. y Europa ilustran esta tendencia. El retroceso de leyes de sostenibilidad en nombre de la competitividad, el desmantelamiento de acuerdos internacionales y la creciente subordinación de la política al lobby corporativo han debilitado el tejido democrático y social.
Líderes como Donald Trump han adoptado estrategias que no pretenden preservar el orden existente, sino desestabilizarlo deliberadamente. Dicho de otro modo, lo que hace Trump encaja perfectamente en la estrategia de aceleración de la extrema derecha, la idea de que una crisis creciente y el caos conducirán inevitablemente al colapso del sistema. No es solo un ataque a la democracia liberal, sino también al orden económico. El desmantelamiento institucional, la polarización social y la desregulación son los ejes centrales de su política. Es una estrategia de caos dirigida a una gobernanza autocrática.
El colapso de los ecosistemas: una urgencia silenciada
En paralelo, la crisis ecológica se agrava. Tanto es así que Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial revelan que los niveles de CO₂ son los más altos en 800.000 años, las temperaturas globales han alcanzado máximos históricos y la pérdida de masa de glaciares no tiene precedentes.
Las civilizaciones no se derrumban de forma repentina, sino a través de una degradación lenta, impulsada por recursos agotados, desigualdad creciente y estructuras de poder obsoletas.
Aun así, estas señales de alarma no han logrado captar la atención de los medios ni la priorización política. En EE.UU. muchas leyes ambientales han sido revocadas, se abandonó el Acuerdo de París y se suspendieron compromisos internacionales, con la consecuente erosión de la solidaridad global. Grandes instituciones financieras estadounidenses abandonaron iniciativas climáticas como la NZBA, como si siguieran las narrativas trumpistas. Otras, como Triodos Bank, se retiraron por la razón opuesta, por el debilitamiento de la ambición climática de la alianza.
Esta tendencia no se limita a EE.UU. Bajo el lema de la “competitividad”, la Comisión Europea ha revertido (o planea revertir) varias leyes de sostenibilidad en un paquete llamado “Omnibus”. El lobby empresarial de los últimos años ha hecho que las regulaciones sean tan engorrosas que las políticas verdes han perdido tracción.
Se confunden dos cuestiones tan distintas como la reducción de burocracia innecesaria y el desmantelamiento del progreso regulatorio que responsabiliza a las empresas por su impacto ambiental y social negativo. La primera es necesaria, especialmente para las pymes. La segunda es una regresión peligrosa. No podemos permitir que la simplificación de normativas debilite herramientas clave como la CSRD o la CSDDD, instrumentos diseñados para garantizar la transparencia y la responsabilidad corporativa en temas ESG y para mejorar la divulgación de información no financiera a personas y organizaciones inversoras, clientas y consumidoras. Son dos caras de la misma moneda y descuidar una u otra tendrá un alto costo.
La verdadera simplificación debe amplificar el impacto positivo y penalizar el negativo, no ocultarlo tras informes truncados. El verdadero coste del daño ambiental no se mide en formularios de cumplimiento, sino en sufrimiento humano y ecológico.
¿El resultado? Un planeta en declive y un retroceso de las políticas diseñadas para protegerlo.
La oportunidad de Europa como contrapeso necesario
Frente a estas dinámicas, la UE tiene la oportunidad de llenar el vacío de liderazgo al abanderar un comercio justo, una acción climática ambiciosa y cadenas de valor resilientes. Fortalecer alianzas comerciales bilaterales con países como Canadá, Japón y mercados emergentes en África y Asia también es crucial. Ampliar acuerdos comerciales e invertir en estas regiones es esencial para amortiguar el proteccionismo estadounidense y asegurar el acceso estable a recursos esenciales.
Europa debe convertirse ahora en un baluarte de la democracia y la sostenibilidad. Tal vez sea momento de repensar la economía europea. El dividendo de paz de la posguerra fría, disfrutado tan indulgentemente desde finales de los años 80, ha desaparecido. La visión transaccional de Trump sobre la geopolítica reduce incluso las alianzas en tiempos de guerra a simples negocios.
En lugar de emular el militarismo y el exceso de mercado de EE.UU., Europa debería apoyarse en sus fortalezas. Un enfoque cohesivo en comercio, sostenibilidad y diplomacia es vital para mantener la estabilidad geopolítica y prevenir conflictos.
La UE debe reconocer que las disrupciones económicas, las crisis climáticas y las tensiones geopolíticas están interconectadas en una policrisis que requiere soluciones globales coordinadas. Si las medidas proteccionistas no se controlan, podrían escalar en conflictos mayores, mientras que las alianzas estratégicas y los marcos de cooperación pueden evitar que las tensiones económicas se conviertan en enfrentamientos militares.
Por lo tanto, la UE debe construir una narrativa europea convincente, basada en la integridad democrática, la equidad social y la prosperidad compartida. Esto supone el fortalecimiento de su autonomía económica, el desarrollo de políticas sociales que generen oportunidades reales, la construcción de comunidades resilientes y actuar como contrapeso a los modelos regresivos en el escenario global.
En resumen, el colapso no está predestinado, pero es un riesgo creciente si las tendencias actuales continúan. Por eso es esencial un cambio de paradigma económico y social. Una sociedad donde la sostenibilidad, la equidad y la rendición de cuentas sean los pilares de un futuro viable. Transformar los sistemas financieros y de producción en modelos regenerativos no solo es deseable, sino urgente.