¿Qué explica este fenómeno?
No existe una única respuesta, sino la confluencia de varios factores. Uno de ellos proviene del frente comercial. Al menos al momento de escribir este artículo, la mayoría de los países ha aceptado aranceles en un rango de 15% a 20%, una mejora sustancial frente a los niveles de 30% a 50% que en su momento había impulsado Donald Trump. Esta mayor previsibilidad reduce la incertidumbre y despeja parte del ruido que afectaba la confianza de los hogares.
En segundo lugar, la dinámica de tasas de interés está jugando un rol de contención. La inflación anualizada se mantiene en 2,7%, un nivel que muchos economistas califican de obstinado, pero que no ha escalado tras la aplicación de aranceles. Esta estabilidad relativa otorga a la Reserva Federal cierto margen de maniobra para evaluar recortes de tasas en un futuro cercano.
A su vez, las compañías parecen estar absorbiendo gran parte del costo de los aranceles. Mientras que el IPC se mantuvo estable, el índice de precios al productor (IPP) saltó 0,9% en julio, el mayor aumento mensual desde 2022. Con utilidades en máximos históricos, las corporaciones han demostrado capacidad para amortiguar el golpe inicial, manteniendo sus márgenes en niveles elevados. Esta fortaleza no solo refuerza la narrativa de un “aterrizaje suave” sino que además sostiene el dinamismo de los mercados de renta variable. La continuidad en la expansión de beneficios corporativos es, en buena medida, lo que ha impulsado las cotizaciones bursátiles, aun en un contexto global cargado de incertidumbre.
Lejos de reflejar una pausa, los números confirman la persistente resiliencia del consumidor norteamericano
Entre la resilencia y la complacencia
El cuadro general refleja una economía en la que conviven tensiones y apoyos. El mercado laboral mantiene un delicado equilibrio, la inflación no cede tan rápido como quisiera la Fed, y el consumidor sigue siendo la gran incógnita. Sin embargo, los márgenes empresariales, junto con la posibilidad de una política monetaria más laxa, conforman un colchón que suaviza los riesgos inmediatos.
Para los inversores, este entorno resulta particularmente interesante: el mercado de bonos continúa ofreciendo tasas atractivas, mientras que los activos de crédito —incluido el crédito privado— se consolidan como piezas estratégicas en la búsqueda de un spread en el retorno total. Y en paralelo, la solidez de las utilidades corporativas mantiene viva la confianza en los mercados de renta variable.
En definitiva, la resiliencia del consumidor estadounidense no es solo un rasgo de fortaleza individual, sino el reflejo de un ecosistema corporativo y financiero que lo acompaña y le da confianza para proyectar su gasto a largo plazo. A diferencia de lo que ocurre en otros mercados, donde el consumo se frena con rapidez ante los vaivenes del crédito o las políticas fiscales, en Estados Unidos el impulso viene de compañías con márgenes robustos, capacidad de innovar y un mercado laboral que, pese a las señales de enfriamiento, continúa generando ingresos.
Pero hay algo más: el consumidor en Estados Unidos mira de reojo al mercado accionario. Su bienestar está mucho más vinculado al rumbo de Wall Street que el de sus pares en Europa o Asia. En estos mercados, el ahorro que se canaliza mediante inversión directa en la bolsa tiene un peso menor y la riqueza financiera de los hogares depende más de la propiedad de la vivienda o del ahorro bancario. En cambio, en EE.UU., mientras las utilidades empresariales crezcan y los índices bursátiles se mantengan en niveles elevados, el efecto riqueza se filtra en la vida cotidiana: más confianza, más predisposición al gasto, más consumo.
Es esa combinación de ingresos, empresas sólidas y patrimonio financiero lo que distingue al consumidor estadounidense y lo convierte, en gran medida, en el motor de la economía global.
Con la temporada de resultados del segundo trimestre avanzada, la gran mayoría de las compañías del S&P 500 ha presentado sus balances. Lo más destacado es que una amplia proporción de ellas —alrededor del 81%— superó las expectativas de beneficios, ubicándose entre los niveles más elevados de sorpresas positivas observados en los últimos años.
Para los inversores, este entorno resulta particularmente interesante: el mercado de bonos continúa ofreciendo tasas atractivas, mientras que los activos de crédito – incluido el crédito privado – se consolidan como piezas estratégicas en la búsqueda de un spread en el retorno total
Por otra parte, destacamos que las ventas han demostrado un aumento del 5,94% en comparación al 2T24 y los beneficios lo han hecho en un destacado 11,28%.
La pregunta es si esta resistencia constituye un signo de salud estructural o, por el contrario, la antesala de un agotamiento inevitable. ¿Estamos frente a un consumidor que seguirá siendo el motor de la economía global, apalancado en un sector corporativo robusto, o ante un espejismo sostenido por márgenes extraordinarios y políticas monetarias aún flexibles?
El tiempo —y los próximos balances empresariales— dirán si la historia de resiliencia se consolida como un nuevo capítulo de fortaleza, o si revela las primeras fisuras de un ciclo que comienza a agotarse.