En los mercados financieros, la volatilidad es tan inevitable como las tormentas en el mar. Puede parecer una amenaza, pero para el inversor preparado, es también una oportunidad. Como nos recuerda nuestro Director Global de Inversiones, Eduardo García Hidalgo, “el objetivo no es evitar los riesgos, sino gestionarlos con inteligencia y disciplina”.
Durante los últimos años, los mercados han navegado por escenarios turbulentos: desde la pandemia de 2020 hasta la crisis energética o la rápida subida de los tipos de interés. Estos episodios ponen a prueba no sólo las estrategias financieras, sino también la psicología de quienes toman decisiones. Porque, en realidad, invertir es tanto una cuestión de mente como de mercado.
Los sesgos cognitivos: enemigos silenciosos del inversor
Cuando los mercados tiemblan, el cerebro humano no se comporta como una calculadora, sino como una alarma. En lugar de analizar con calma, reacciona por instinto, intentando protegernos de la pérdida. Es lo que el psicólogo Daniel Kahneman describe como el choque entre dos formas de pensar: una rápida y emocional, y otra lenta y racional. La primera suele ganar… y el resultado puede ser vender en el peor momento o comprar por miedo a quedarse fuera.
Eso explica por qué, en plena euforia bursátil, muchos compran lo que todos compran (efecto rebaño), o por qué, tras una caída, el miedo nos empuja a vender en el peor momento (aversión a la pérdida).
De hecho, un estudio de Morningstar de 2024 sobre Mind the Gap señala que los inversores particulares pierden de media un 1,6% anual respecto al rendimiento real de los fondos por culpa de decisiones emocionales -comprando caro y vendiendo barato-.
La buena noticia es que estos sesgos no son inevitables: se pueden mitigar con método y autoconocimiento. Herramientas como el diario de inversión -donde se registran las emociones y razones detrás de cada decisión- o la técnica pre-mortem -imaginar los errores antes de cometerlos- ayudan a mantener la calma cuando los mercados se agitan.
Lo que las crisis nos enseñan (si queremos aprender)
El recorrido histórico de los grandes sobresaltos financieros muestra un patrón: la volatilidad siempre regresa, pero la capacidad de recuperación también.
Del Lunes Negro de 1987 al crash del COVID-19, cada crisis ha reforzado una lección: la diversificación y la planificación son los antídotos del pánico. La tradicional cartera 60/40 (60% renta variable, 40% renta fija) resistió mejor la crisis de 2008 que las estrategias puramente bursátiles, demostrando que la gestión del riesgo no consiste en adivinar el futuro, sino en prepararse para él.
O, como suele recordar Eduardo García, CIO de BBVA AM: «Build the ark, don’t predict the rain» -«Construye el arca, no intentes predecir la lluvia»-.
Educación financiera: una inversión de largo plazo
Comprender cómo funcionan los mercados es sólo una parte del camino; la otra es educar a las nuevas generaciones en pensamiento financiero crítico.
Según el Banco de España, apenas el 19% de los adultos españoles responde correctamente a tres preguntas básicas sobre inflación, tipos de interés y diversificación.
Y, sin embargo, el interés de los jóvenes por el mundo de la inversión no deja de crecer: el último Barómetro de Educación Financiera del Plan Finanzas para Todos indica que el 62% de los menores de 30 años afirma haber aprendido sobre inversión por cuenta propia en los últimos dos años.
Eduardo García Hidalgo lo resume con una idea clave: «Llevar la educación financiera a las aulas es sembrar la fortaleza de los inversores del futuro».
En resumen: planificar, conocerse y resistir
La volatilidad no se combate con adivinación, sino con preparación.
Un plan de inversión sólido, diseñado en tiempos de calma, actúa como ancla cuando llegan las tormentas.
Y en última instancia, entender los mercados es también entenderse a uno mismo: nuestras emociones, nuestros sesgos y nuestra forma de reaccionar ante la incertidumbre.
Porque al invertir, la mente es y seguirá siendo, el verdadero campo de batalla.
Análisis realizado por BBVA AM.



