La volatilidad es propia del corto plazo, pero tiene poco efecto en el largo plazo. El verdadero riesgo es otro, y se relaciona principalmente con nuestras decisiones irracionales.
Un entorno con tipos de interés que aún se mantienen elevados, las tensiones geopolíticas -Ucrania, Oriente medio, etc.-, el nuevo orden del comercio mundial consecuencia de las políticas arancelarias de EE.UU., y sorpresas macroeconómicas, han vuelto a poner la volatilidad al centro de la conversación financiera.
Pero, ¿entendemos bien qué significa la volatilidad?
La volatilidad, también denominada “desviación típica”, es un indicador que mide cómo la rentabilidad de un activo -acciones, bonos, divisas, etc.- se ha desviado de su media histórica. Es decir, el grado de oscilaciones a determinado plazo que registran sus precios.
Una volatilidad alta significa que las rentabilidades del activo han experimentado fuertes variaciones. En cambio, una volatilidad baja indica que esas rentabilidades han sido más estables en el tiempo. Cuanto más se desvíen los precios de lo normal, mayor será la posibilidad de perder dinero y, por lo tanto, mayor el riesgo.
Habitualmente se habla de volatilidad como sinónimo de riesgo, ya que, si tenemos en nuestra cartera de inversión un activo con fuertes oscilaciones, puede que necesitemos vender nuestra posición coincidiendo con un momento de corrección a la baja. Deshacer posiciones ante caídas de los mercados, podría suponer registrar pérdidas en los periodos de fuertes subidas de precios que siguen a las caídas. Por lo tanto, la posibilidad de incurrir en una pérdida del capital invertido es mayor que en otro activo con menor volatilidad.
¿Cuál es el riesgo que sí importa?
Un inversor a corto plazo tiene más posibilidad de perder dinero con un activo que presenta fuertes oscilaciones. En cambio, si el enfoque del inversor es de largo plazo, tendrá poca relevancia que los precios sufran caídas bruscas en momentos concretos. Con el transcurso del tiempo, el mercado acabará poniendo en un precio adecuado el valor del activo.
Sin embargo, en momentos de correcciones de los mercados, los inversores se pueden dejar llevar por las emociones y el miedo, cayendo en el sesgo de la aversión a las perdidas, deshaciendo inversiones, asumiendo la perdida y posicionándose en activos menos volátiles como los bonos o la liquidez. Kahneman y Tversky concluyeron que a las personas nos molesta 2,5 veces más perder dinero que la alegría que nos da ganar la misma cantidad de dinero.
Cuando no se entiende bien la volatilidad, alguno de los comportamientos son volver a vender activos tras una caída y volver a entrar cuando ya han subido, abandonando la estrategia a largo plazo por miedo a movimientos de corto, y buscando “seguridad” en exceso a costa de no alcanzar los objetivos.
Es normal que los inversores se pongan nerviosos cuando el mercado cae. Sin embargo, lo que hagan con su inversión durante los periodos de caídas es lo que determinará que tengan las ganancias o pérdidas.
La desinversión en momentos de corrección de las bolsas, podría tener sentido en el caso de inversores profesionales que llevan a cabo una inversión especulativa con objetivos de corto plazo -lo que se conoce como “market timing”-. Sin embargo, puede ser muy negativa para inversores minoristas con un horizonte temporal a largo plazo.
La renta variable ha tendido a subir de manera constante durante largos periodos de tiempo. No obstante, las caídas del mercado son inevitables. Sin embargo, tras cada una de las caídas se ha registrado un periodo de recuperación y un nuevo máximo. Es conveniente esperar al rebote que se produce después de cada caída importante, y continuar con un perfil de inversión ajustado a cada perfil de riesgo, que sea adecuado al horizonte temporal del objetivo financiero del inversor -por ejemplo, jubilación-. Adaptar la inversión al plazo real de cada persona es clave para no reaccionar en exceso a la volatilidad.
Para convivir con la volatilidad también es clave llevar a cabo diversificación real, combinando activos con comportamientos no correlacionados (renta fija, variable, alternativos, geográficos y de estilo de inversión). Ello podrá llevarnos a reducir la volatilidad agregada sin renunciar a rentabilidad.
Además, un inversor con objetivo de largo plazo se podría plantear tácticamente realizar alguna suscripción extraordinaria a su producto o activo de inversión. La volatilidad puede hacer aflorar oportunidades de conseguir rentabilidades superiores al mercado, comprando a precios bajos cuando se produzca una de esas oscilaciones en ciclos de caídas en los mercados de valores.
En definitiva, el riesgo más relevante para un inversor no consiste en cuánto se mueve su cartera en el corto plazo, sino el no alcanzar sus objetivos financieros, saliendo del mercado en el peor momento por miedo, y asumir más riesgo del necesario para su perfil.
La volatilidad no es un enemigo, es una parte natural de los mercados. No es una señal de que algo vaya mal, sino una característica que debe integrarse dentro de una estrategia bien construida. No se trata de evitar la volatilidad, lo importante es entenderla, gestionarla y ponerla al servicio de la estrategia. El verdadero riesgo no es la volatilidad, sino invertir sin un plan.
Análisis elaborado por Jesús Medina Lezama, del equipo de Negocio en BBVA Asset Management.