Con su reciente propuesta de incentivar fiscalmente a los pequeños inversores, la Comisión Europea ha abierto el debate sobre la importancia del ahorro a largo plazo y la creación de instrumentos que puedan canalizar fondos hacia mercados bursátiles o de deuda. Una medida que lleva a reflexionar sobre la relación de la ciudadanía con su economía personal.
Al fin y al cabo, la forma en la que administramos nuestros recursos determina tanto nuestras decisiones financieras como nuestra capacidad de proyectarnos hacia el futuro y participar activamente en la economía real. El ahorro, en ese sentido, constituye un comportamiento social que habla de prioridades, de cultura y de capacidad de resiliencia financiera.
Cuando hablamos de España, el ahorro presenta luces y sombras. Ese contraste -entre señales políticas que incentivan el ahorro a largo plazo y las dificultades reales que enfrenta la población española- refleja las tensiones a las que se enfrentan los hogares, como la presión de los gastos fijos, la pérdida de poder adquisitivo y la irregularidad de ingresos que hacen que ahorrar de manera estable resulte complicado para una gran parte de la población.
El II Estudio de Conductas sostenibles de la población española realizado por la entidad de banca ética y sostenible Triodos Bank permite identificar cuatro claves fundamentales para entender cómo ahorra la población española y qué significa eso en lo que a nuestra relación con el dinero y su impacto en la sociedad se refiere.
1. La mayoría sí ahorra, pero no lo suficiente
Los datos más recientes muestran que ocho de cada diez personas consiguen ahorrar de forma regular u ocasional. Sin embargo, únicamente un 20 % alcanza el nivel recomendado de destinar el 20 % de los ingresos mensuales al ahorro. Un 19 % admite que nunca o casi nunca lo consigue. Esos porcentajes reflejan que la cultura del ahorro está arraigada, al menos como intención o hábito ocasional.
Según el INE, la tasa de ahorro de los hogares españoles cayó al 12,4 % en el segundo trimestre de este año, una tasa cuatro décimas por debajo de la registrada en el primer trimestre y una décima por encima de la del mismo periodo de 2024. En otras palabras, existe una sensibilidad coyuntural fuerte porque cuando la economía ofrece un respiro, la tasa sube, pero basta un repunte de precios o de gastos fijos para que vuelva a caer.
Ese comportamiento sugiere que en España el ahorro es más una intención o un deseo sensible al contexto que un comportamiento consolidado. El reto está en pasar de un “ahorro intermitente” a un “ahorro sostenido”, lo que requiere educación financiera y disciplina personal, pero también la capacidad económica para hacerlo.
2. La liquidez manda. Dónde guardamos el ahorro
En España se entiende mayoritariamente el ahorro como la disponibilidad de contar con recursos para imprevistos, más que como un colchón económico del que sacar rentabilidad a través de instrumentos de ahorro o de inversión. En ese sentido, el estudio de Triodos revela que, cuando se pregunta a la población española dónde guarda su dinero, la preferencia por la liquidez o la sensación de disponibilidad es imperante. Casi la mitad de las personas encuestadas, un 46 %, mantiene sus ahorros en cuentas corrientes, mientras que un 28,9 % elige cuentas de ahorro y solo un 15,4 % los deposita a plazos. Esta distribución pone de manifiesto una realidad muy característica de nuestro país, donde la mayoría prefiere disponer de su dinero rápido, como una red de seguridad ante imprevistos y no comprometerlo en productos de mayor rentabilidad a largo plazo.
El patrón responde a varias razones que muestran los resultados del Estudio. La primera es la sensación de necesidad de contar con acceso inmediato al dinero para cubrir imprevistos o gastos recurrentes. La segunda, la desconfianza o percepción de complejidad que generan los productos de inversión, percibidos como lejanos o arriesgados por buena parte de la población. Y la tercera razón es la rentabilidad escasa de los depósitos en los últimos años, que ha reforzado la idea de que no “merece la pena” inmovilizar los ahorros.
La consecuencia de esto es que muchas personas confunden “ahorrar” con “no gastar” y simplemente dejan el dinero en una cuenta corriente, como una reserva pasiva, sin ninguna estrategia de rendimiento.
Pero mantener el dinero inmóvil también tiene sus riesgos. La inflación erosiona progresivamente su valor real y reduce la capacidad de gasto y el esfuerzo que representa ese ahorro. Por otro lado, ese dinero detenido, que no se abre a la posibilidad de canalizarse hacia la inversión de proyectos de la economía real pierde la oportunidad de convertirse en una herramienta de transformación e impacto social, medioambiental o cultural positivo. Es decir, no va a iniciativas que crean empleo, fomentan la transición energética o fortalecen el tejido productivo local. En otras palabras, el dinero parado se devalúa dos veces al perder valor (devaluación económica) y al dejar de contribuir al avance de la sociedad y a la construcción de un futuro más sostenible y equitativo (devaluación social o medioambiental).
3. Obstáculos que frenan la consolidación del ahorro
¿Por qué no conseguimos ahorrar más y mejor? La respuesta se encuentra en un conjunto de barreras estructurales y conductuales que limitan la capacidad real de las personas para generar ahorro estable.
Según los datos del Estudio, las principales dificultades para ahorrar son la carga de gastos fijos (41,2 %) y los ingresos insuficientes o la inestabilidad económica (33,8 %). A mayor distancia se sitúan el peso de las deudas (10,7 %) y, en menor medida, la preferencia por gastar antes que por reservar (6,4 %).
A todo ello se suma un factor de fondo que incide directamente en la consolidación del hábito, como es la falta de educación financiera. Aunque la cultura del ahorro está presente en buena parte de la población, un 4,4 % de las personas encuestadas reconoce que no ahorra porque no sabe cómo hacerlo o no tiene conocimientos suficientes para crear ese hábito. Este dato evidencia que las limitaciones económicas no son el único obstáculo y que también hay carencias formativas y falta de acompañamiento especializado para planificar las finanzas personales.
4. El ahorro como espejo de nuestra relación con el dinero
Más allá de las cifras, el ahorro también refleja la manera en la que entendemos y gestionamos el dinero en nuestra vida cotidiana. Se pueden distinguir tres dimensiones que ayudan a comprender esa relación:
- Dinero de consumo, que es el que utilizamos en el día a día para satisfacer necesidades y que muestra nuestras prioridades de gasto.
- Dinero de ahorro o préstamo: el que reservamos para el futuro y que, al depositarse en entidades financieras, se transforma en crédito para la economía real.
- Dinero de donación, que es el que se destina a causas sociales sin expectativa de retorno financiero, que revela nuestra capacidad de contribuir al bien común.
El ahorro ocupa un lugar esencial dentro de los tres usos del dinero. Cuando lo invertimos en mejorar la sociedad, no solo fortalecemos nuestra seguridad personal y la de nuestras familias, sino que también contribuimos a dinamizar la economía real. Ese dinero depositado en el sistema financiero se convierte en crédito que, si lo decidimos de forma consciente, puede impulsar proyectos, empresas y actividades con impacto positivo en la sociedad y en el medioambiente. Así, la relación con el dinero deja de ser un gesto individual y se transforma en una acción colectiva, en la que cada decisión de ahorro puede generar valor compartido y orientar la economía hacia un modelo más justo, humano y sostenible. Cuando el dinero se pone al servicio de las personas y del planeta deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en una herramienta para el cambio real.



