Cada año, aumenta el número de mujeres brasileñas que abren su propio negocio. Hoy, hay 24 millones de empresarias repartidas por todo el territorio nacional (PNADC – GEM Brasil, 2018). Entre otros factores, las mujeres emprenden en la búsqueda de satisfacción laboral y de nuevas alternativas económicas. De la misma medida en que contribuyen al desarrollo de la economía, las mujeres emprendedoras invierten en la educación de sus familias, estimulando el crecimiento de toda la comunidad que las rodea.
A pesar del aumento del protagonismo femenino en la economía global, debemos hacer que la sociedad sea cada vez más consciente de invertir en el emprendimiento femenino como motor activo y generador de grandes negocios. Según el Banco Mundial, existe un déficit financiero de 1,7 billones de dólares (trillones en nomenclatura anglosajona) para las micro, pequeñas y medianas empresas lideradas por mujeres de todo el mundo. Estos temas se discutieron en el foro promovido por el evento Financial Alliance for Women, una alianza global de empresas del sistema financiero en favor del empoderamiento femenino, que ha juntado este año, en Ecuador, a 300 participantes de diferentes países interesados en el tema.
La comprensión de los participantes del evento es que las empresas e instituciones necesitan ofrecer más recursos y apoyar la educación financiera de las mujeres. Debemos celebrar el progreso logrado hasta ahora, pero aún es necesario alentar la construcción de una red más amplia de contactos para que las mujeres puedan tomar decisiones y puedan delegar tareas operativas, priorizando una visión más estratégica. También es necesario fomentar la adquisición, por parte de estas mujeres, de otros conocimientos además de los financieros y de nuevas actitudes que requiere la gestión de un negocio, tales como la audacia y la ambición.
Uno de los accesos más democráticos a estos contenidos es el material en línea que ofrecen los agentes financieros. Itaú Mulher Empreendedora, por ejemplo, recibió en su plataforma digital, hasta diciembre de 2019, más de 23 mil registros de mujeres que buscan capacitación para abrir o mejorar la gestión de un negocio. Nos damos cuenta de que a medida que evolucionan profesionalmente, todos los demás aspectos de su entorno – como el social y el familiar – por ejemplo, mejoran. Cuando reciben capacitación, ellas también invierten más y tienen tasas de incumplimiento más bajas en comparación con las mujeres que no participan en programas de capacitación y apoyo.
El emprendimiento femenino es un motor del desarrollo económico. El aumento de la inclusión financiera para micro y pequeñas emprendedoras a través de productos y servicios y la mejora de la gestión financiera de sus empresas – uno de nuestros ocho compromisos de impacto positivo firmados por Itaú el año pasado – genera más oportunidades de negocio al paso que mejora la autoestima y permite el logro de la ciudadanía y la independencia financiera. Apoyar a las mujeres en este camino, ofreciéndoles recursos y condiciones para que prosperen, debe ser, por todas estas razones, un compromiso de toda la sociedad, principalmente de organizaciones con poder y ganas de generar un impacto positivo.
Pixabay CC0 Public Domain. Crisis del COVID-19: nuevos riesgos y oportunidades para los inversores
Las crisis de las empresas frenan a los inversores. Cuando una compañía entra en crisis su principal problema es que pierde prestigio y genera dudas en el mercado. Las crisis que han sufrido algunas organizaciones alejan las inversiones e influyen en los planes de los grandes fondos. Nadie va a invertir en un avión que se cae (Boeing), en un banco que contrata mafiosos para controlar a la competencia (BBVA) o en una marca de coches que miente a los consumidores sobre las emisiones de sus modelos (Volkswagen).
El dinero puede callar las reclamaciones de los compradores y atenuar el descrédito mediático, pero no cambia la mala impresión en la confianza de los inversores. El tiempo puede jugar a favor de la recuperación de una marca porque, al fin y al cabo, los consumidores tienen poca memoria. Pero todos estos factores nunca conseguirán restablecer la confianza de los grandes capitales. En el historial de las empresas, las crisis se marcan con rojo que significa «peligro».
En el nuevo siglo, los fondos que controlan los grandes capitales han ido incorporando nuevos parámetros para asegurar más y mejor el destino de las inversiones. En los últimos años, observamos que el comportamiento de la economía y de las inversiones se ha visto alterado por circunstancias ajenas a los propios mercados. Las diversas y variadas crisis que sufrieron muchas empresas obliga a los fondos a comprobar con rigor si las grandes corporaciones son tan sólidas como parece, o de lo contrario, como ocurre en el mundo de la construcción tienen “vicios ocultos”, es decir, defectos que no se ven pero que, a la larga, afectan su posición en el sector o su reputación corporativa.
El COVID-19 arrasa con los mercados
En los últimos días todo ha cambiado con el virus COVID-19. La emergencia internacional declarada por la Organización Mundial de la Salud por la pandemia provocada por el coronavirus en la ciudad de Wuhan y proyectada desde allí al resto del mundo ha alterado todos los mercados, todas las bolsas y todos los proyectos. El extraordinario trabajo realizado por los chinos en los últimos 50 años, que han convertido a China en la segunda potencia mundial después de EE.UU., ha mostrado sus fisuras con la crisis del coronavirus y ha provocado que muchas empresas se hayan visto obligadas a buscar otros fabricantes en Asia o Europa. La llamada “fábrica del mundo” está sufriendo su mayor crack en un siglo.
De repente, una parte de esa gran nación se ha paralizado por un enemigo al que no vemos, no oímos, no olemos, no podemos tocar y tampoco sabemos cuál es su sabor. Un virus mide 0,00000002 cm o si lo prefiere 0,000015 mm, según la notación científica. Ese minúsculo agente infeccioso microscópico acelular ha alterado la vida de millones de personas y está provocando grandes pérdidas en el sector de líneas aéreas, el turismo, la educación, la gastronomía, la hostelería, el sector del automóvil y los espectáculos. En los países con focos infecciosos, recomiendan a la gente que no salga de su casa para evitar contagios y las empresas se defienden con «el trabajo a distancia»: los trabajadores no van a trabajar y conectan con la empresa vía internet.
Aprovechar la crisis y sacar beneficios
Mientras la raza humana se blinda o se esconde para evitar contagios, el dinero, que siempre es miedoso, mira atentamente a los laboratorios farmacéuticos porque en uno de ellos se descubrirá la vacuna y su precio se disparará en las bolsas. Sirva como ejemplo el caso del laboratorio Genomica, filial de PharmaMar, S.A. (en Colmenar Viejo, Madrid, España), filial a su vez de Pharmamar USA Inc. Ha mejorado su valor después de haberobtenido el etiquetado de la Comunidad Europea en un producto, acreditándolo con los requisitos esenciales descritos en la Directiva 98/79/CE, sobre productos sanitarios para diagnóstico in vitro. Ese producto no es ni más ni menos que un kit para detectar el coronavirus. Ya está listo y lo están ofreciendo a los hospitales urbi et orbe.
La pandemia se ha convertido en un nuevo e inquietante factor de análisis financiero. La crisis que se encuentra en pleno desarrollo está afectando a las empresas de China, Italia y España. Primero, muchas marcas tuvieron que salir de China a buscar nuevos fabricantes de sus productos debido al parón industrial en muchas ciudades. El pánico se infiltró en algunos consumidores que ahora desconfían de las marcas chinas y no se atreven a abrir los paquetes que llegan de Alibaba.com (el aspirante a competir con Amazon), por temor a que traigan el temerario virus. En España, miles de personas han dejado de comprar en los populares bazares chinos que proliferan en todos los barrios.
Los inversores se han apresurado a buscar en el mapa dónde está Wuham y analizar qué grandes marcas fabrican en China o se nutren de componentes fabricados en la gran nación de Mao. Tarde o temprano, tendrán que cambiar de proveedores y buscar alternativas para no correr riesgos. No deja de ser curioso y paradójico que el virus se haya convertido en el mejor aliado de EE.UU. y Trump en su guerra comercial con China. El deterioro que están sufriendo los productos «made in China» puede provocar una de las mayores crisis en el país asiático.
Sin embargo, como suele ocurrir casi siempre, toda crisis tiene sus perdedores y ganadores. La estrategia industrial, comercial, turística y hasta deportiva de Europa se ha visto alterada por el nuevo virus. La calma de los mercados y por lo tanto, del mundo, se ha trastocado y ha desatado la carrera en los laboratorios farmacéuticos. Las miradas de los fondos se vuelven ahora hacia las grandes marcas fabricantes de antibióticos, la primera que descubra la vacuna tiene asegurada la venta de millones de unidades.
Mientras tanto, aumentan sus beneficios los fabricantes de mascarillas, geles desinfectantes, papel higiénico, alcohol medicinal y guantes quirúrgicos que ahora la gente se pone para no tocar nada con las manos. Crecen los servicios externos para hospitales, las empresas de limpieza y desinfección, la venta de equipos y trajes de protección. Aumenta en los hogares el consumo de energía, de servicios telefónicos y de televisión, la compra online de comidas preparadas. Las ventas se alimentos perecederos e imperecederos se han disparado. En España el propietario de una de las principales cadenas de supermercados, Juan Roig, creador de Mercadona, ha tenido que salir a pedir tranquilidad porque le gente había duplicado sus compras de alimentos y no daba tiempo a la reposición en los lineales (estanterías) de las tiendas. Y crecen también los servicios de taxis con chofer (Uber, Cabify) porque le gente no quiere viajar en transportes públicos.
Se han suspendido bodas, bautizos, banquetes, fiestas populares, fiestas religiosas y festejos taurinos. Caen las recaudaciones en cines porque las grandes salas solo pueden vender una parte del aforo sentando al público dejando una butaca libre entre dos espectadores (esto, antes de su cierre tras decretarse el estado de alarma en España). Se han cancelado conciertos y giras de artistas, presentaciones de libros, películas y exposiciones. El alegre ruido de calles comerciales y grandes plazas de Italia y España se ha convertido en inquietante silencio. Desciende la actividad financiera, pierden las aerolíneas, cruceros, cadenas hoteleras y el turismo en general. Los museos han cerrado y también los teatros y grandes musicales. El gran negocio de los cursos en el extranjero y el sector educativo en general han perdido la temporada. Ante la crisis y posibles contagios los alumnos extranjeros cancelan el curso y vuelven a sus países a casa de sus padres.
Cuando la crisis del coronavirus acabe, habrán muerto muchos ancianos (los principales afectados) y también muchas pequeñas y medianas empresas que han tenido que cerrar. Una vez más la naturaleza hace su propia selección y como suele ocurrir, ganan los más fuertes, los más inteligentes y los que pueden aguantar el bajón de las ventas. Y quien ganará dinero seguro es “Mr. Cumbia”, Iván Montemayor, un mexicano residente en EE.UU. que se hace llamar el rey de las cumbias virales. Como dice el refranero “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Tribuna de Mario Zóttola, autor del libro “Crisis. Cómo prevenir, actuar y comunicar en situaciones de crisis”, de próxima publicación.
Pixabay CC0 Public Domain. ¿Es el COVID-19 el cisne negro esperado?
Corría el cuarto trimestre de 2018 cuando la Fed y otros bancos centrales se vieron obligados a reducir los tipos de interés para frenar una incipiente desaceleración económica. Otra vez los bancos centrales al rescate del ciclo económico, como en 2012 y en 2016, tratando de eliminar una recesión vía política monetaria expansiva. Probablemente esa caída fue un primer aviso de lo que podría venir más adelante, aunque nadie esperaba a un virus.
En 2019, los mercados recuperaron todas las pérdidas del cuarto trimestre del 2018 y siguieron subiendo. Esta subida prosiguió durante 2020 aún cuando China ya estaba en plena crisis del COVID-19. Finalmente, los índices bursátiles detuvieron su subida el 19 de febrero y desde entonces no han dejado de caer. A 13 de marzo y después del rebote de la bolsa americana ese mismo día, las rentabilidades YTD son las siguientes:
¿Cómo hemos gestionado el riesgo en Global Quality Edge Fund?
Desde finales de 2018, decidimos implementar nuestra estrategia de riesgo de cola porque veíamos cómo el ciclo económico se empezaba a desacelerar y a la vez no existía una solución para el alto endeudamiento de gobiernos y empresas. Cuando esta estrategia está activa, supone un coste anual del 1,5%-2,5%, aunque lo financiamos parcialmente con la venta de puts sobre acciones de gran capitalización bursátil que queremos tener en cartera. Durante todo 2019 y principios del 2020, estuvimos cubiertos al 70% sin que ello representara un coste material para el fondo, alcanzando una rentabilidad bruta en el año del 18,5%.
En el gráfico 1, observamos cómo los indicadores adelantados de la US Conference Board estuvieron durante gran parte del año 2019 y 2020, indicando que existía cierta probabilidad de recesión en próximos trimestres. En cambio, los mercados prosiguieron su subida durante todo ese período.
A 19 de febrero, el fondo tenía compradas opciones PUT OTM 15% (fuera del dinero) sobre DJ EURO STOXX 50, Nasdaq 100 y Russell 2000. Con la caída de los índices bursátiles, el precio de nuestras opciones PUT llegaron casi al ATM (en el dinero) con un nivel de volatilidad elevadísimo.
Como observamos en el gráfico de arriba, el VIX alcanzó los 49 puntos durante la semana del 28 de febrero, nivel históricamente altísimo. Esa alta volatilidad reflejaba la desesperación de los inversores por comprar coberturas, pero lo realmente interesante es que nos permitió vender nuestra estrategia con una plusvalía altísima, es decir, cuando todo el mundo quería comprar protección nosotros la vendimos. Como ejemplo, ese viernes cerramos nuestra PUT sobre DJ EURO STOXX 50 a un precio superior a 100 euros cuando únicamente habíamos pagado 10 euros y porque le quedaba menos de un mes para el vencimiento, realizando una plusvalía del 900%. Con una parte de esa ganancia, compramos ese mismo viernes un PUT spread 3% OTM por si el mercado seguía corrigiendo fuerte, haciendo la misma operativa para nuestra exposición a EE.UU. Como la volatilidad implícita de las opciones era muy elevada y la curva de volatilidad estaba invertida, era mejor comprar un PUT spread porque nos pagaban muchísimo por la PUT vendida.
Cuando pensábamos que la corrección llegaba a su fin, los índices bursátiles alcanzaron los strikes (precio de ejercicio) de nuestras PUTs vendidas y nos vimos obligados a construir nuevos PUT spreads OTM 3% con vencimiento mayo de 2020. Nuestra sorpresa fue que tampoco resultó suficiente y continuaron las caídas, porque el COVID-19 se estaba extendiendo a nivel global y el desacuerdo entre Arabia Saudí y Rusia provocó una caída del 25% en el precio del crudo en un solo día.
Fue durante los días 11 y 12 de febrero cuando entendimos que el COVID-19 obligaría a revisar a la baja las estimaciones de crecimiento económico en Europa y Estados Unidos; por tanto, crecía la probabilidad de una recesión global durante los próximos dos trimestres. Nuestra cobertura vencería en mayo de 2020, horizonte temporal muy cercano para saber con claridad si la economía se podría encaminar a una recesión.
Aprovechando la extrema volatilidad del día 12 de febrero y con el índice VIX alcanzando los 76,83 puntos en intradía, tomamos una importante decisión. Esa decisión podría penalizar la rentabilidad del fondo a corto plazo, pero lo beneficiaría claramente a largo plazo. Cuando existe una crisis bursátil a corto plazo, la curva de volatilidad se invierte porque la demanda de cobertura a corto plazo excede la demanda de cobertura a largo plazo. Se genera entonces una oportunidad para reducir la cobertura con vencimiento más corto y extenderla a largo plazo reduciendo su coste total. Siguiendo con este racional, aprovechamos para vender nuestra cobertura a mayo, la cual nos financió íntegramente la misma cobertura a diciembre de 2020.
Con este último movimiento, nos aseguramos un plazo temporal suficiente para averiguar si esta crisis se alargará en el tiempo y si se extenderá también a los mercados emergentes creando un shock de oferta. Adicionalmente, si el precio del petróleo sigue bajo durante mucho tiempo, las empresas más endeudadas podrían empezar a caer y generar cierto contagio al resto de sectores.
Los bancos centrales ya han empezada a aplicar medidas monetarias expansivas y la Fed anunció una rebaja de los tipos de interés hasta el 0%-0,25% y una inyección de liquidez mínima de 700.000 millones de dólares. Esta nueva rebaja se sucede después de otra bajada de 50 puntos básicos y probablemente durante esta semana se anuncien más medidas fiscales. En Europa, el BCE también anunció medidas, aunque no tan contundentes, pero es de esperar que rectifique y que los países a nivel individual adopten medidas fiscales.
Pensamos que las recientes caídas podrían estar llegando a su fin gracias otra vez a los bancos centrales, pero no podemos saber cuál será el desenlace de esta crisis, es decir, si la economía entrará en una recesión global y eso podría provocar más caídas durante los próximos meses. En definitiva, en Global Quality Edge Fund nos hemos protegido durante parte de estas caídas y ahora estamos protegidos por si se produjera una recesión global. Si finalmente no se produce una recesión global, como siempre estamos invertidos al 85%-90%, el fondo también subirá.
Y si no hubiéramos vendido las primeras opciones PUT hasta el día 13/03, el fondo estaría casi en positivo.
Tribuna de Quim Abril Auladell, fundador y gestor de Global Quality Edge Fund.
Pixabay CC0 Public Domain. La evolución inalámbrica 5G: ¿Se me oye bien?
Si se juzga únicamente por su descripción, el 5G no parece el tema más interesante del momento. No tiene el atractivo de la inteligencia artificial, o del aprendizaje automático, por ejemplo. Tampoco hace reales las imágenes típicas de la ciencia ficción, como lo hacen los vehículos sin conductor, la robótica avanzada o la tecnología ponible.
Sin embargo, su poco atractivo para el público se compensa con su increíble potencial de transformación. Se prevé que esta quinta generación de comunicación inalámbrica sea hasta 100 veces más rápida que la actual 4G. De hecho, la tecnología 5G es el ingrediente esencial que hace posibles muchas de las principales tecnologías del mañana. Por ejemplo, los robots solo podrán llevar a cabo las complejas tareas que se imaginan para el futuro si pueden sincronizarse entre ellos de forma inalámbrica en tiempo real.
Es posible que los principales beneficios del 5G no vengan de lo que se espera, sino de innovaciones tecnológicas que hoy todavía son meros esbozos de ideas. Eso es lo que ocurrió con el 4G cuando se implementó hace casi una década. El 4G cumplió su promesa de ofrecer velocidad y conectividad. Más allá de ello, sin embargo, articuló las bases que posibilitaron el vasto ecosistema actual de aplicaciones para teléfonos inteligentes: vídeo y música en streaming, redes sociales y juegos portátiles.
Lo mucho que está en juego con el 5G se refleja en la feroz competencia entre Estados Unidos y China. Como parte de su conflicto generalizado en el área del comercio y la tecnología, las dos economías más grandes del mundo se enfrentan en una carrera para dominar el 5G, con el convencimiento de que ofrecerá una vía hacia la superioridad económica y digital. En efecto, si podemos guiarnos por lo ocurrido con el 4G, el país que mejor despliegue el 5G podría obtener importantes beneficios económicos.
El 5G es la tierra prometida digital
Por supuesto, nada de esto ocurrirá de la noche a la mañana, ya que todavía hay que limar los estándares tecnológicos, superar los obstáculos logísticos, y realizar importantes inversiones en infraestructuras.
Aún así, hay mucho que celebrar, tanto para las compañías que ofrecen componentes y servicios como para los usuarios, con su impresionante velocidad y tiempo de reacción casi inmediato. Es posible que en los próximos años el 5G despeje algunos de los atascos del 4G, asiente las bases de las nuevas innovaciones, y en última instancia, de paso a una nueva era de las comunicaciones.
La reducción de la latencia es la revolución inalámbrica
Cada generación de red móvil ha mejorado a su predecesora. La gran virtud del 5G consiste en reducir la latencia, esto es, el tiempo que dos máquinas tardan en comunicarse entre ellas. Un ejemplo es cuando, al realizar una llamada de teléfono, hay que esperar un momento en silencio antes de que el otro teléfono empiece a sonar. Ese momento es el tiempo de viaje: la señal debe llegar al otro dispositivo, que debe procesarla y enviarla de vuelta al teléfono que hace la llamada.
La latencia se mide en milisegundos, o milésimas de segundo, y aunque no parece que suene a mucho, es un gran problema para las acciones dependientes del tiempo.
El 5G soluciona la necesidad de velocidad
La mayoría de las redes 4G tardan unos 50 milisegundos en llevar una solicitud de un punto a otro; las redes 5G tienen el potencial de reducir ese tiempo de forma consistente a 1 milisegundo. Puede sonar a poco, pero una mejora así de nuestro tiempo de reacción a la velocidad de conducción de una autopista nos permitiría frenar unos 3 metros antes. Si nuestro vehículo se está conduciendo a sí mismo, cada centímetro cuenta.
Este tipo de reducciones de tiempo son todavía más importantes en sistemas que procesan cientos o miles de solicitudes de servidor al minuto, en especial cuando la velocidad de una función depende de otra. En una línea de producción, por ejemplo, un robot no puede ir más rápido que el que va delante. La latencia también limita la funcionalidad multitarea o los cambios entre funciones. Una latencia elevada añade tiempo a cada paso, lo que hace que algunas tareas sean demasiado ineficientes para merecer la pena.
Muchos sectores podrían beneficiarse del 5G
Los vehículos sin conductor encabezan la lista de sectores que esperan beneficiarse del 5G. Las comunicaciones ultrarápidas darán a los vehículos más tiempo para reaccionar a las sorpresas y para enviar advertencias a otros vehículos.
La robótica industrial también podría recibir un gran impulso, ya que las máquinas automatizadas podrían ejecutar tareas más complejas. Los robots estarían mejor preparados para encargarse de varias tareas. Más allá de eso, el 5G podría permitir que las fábricas empleasen robots sin el estorbo del cableado. Y las máquinas con reflejos inmediatos podrían minimizar los accidentes en las plantas de fabricación al identificar y esquivar a los humanos.
La aparición del 5G podría tener importantes consecuencias en la sanidad. Por ejemplo, podría acelerar la aplicación de cirugía robótica, lo que permitiría que los médicos controlasen los dispositivos de forma remota sin retrasos y sin perder precisión. Esto permitiría que un especialista en una parte del mundo operase a un paciente en la otra.
Además, a medida que los dispositivos conectados se hacen más comunes (como las neveras conectadas a Internet y los collares de perro con GPS), es probable que los hogares añadan una carga mucho mayor a la red. Una latencia más baja y un mayor ancho de banda harán que «el Internet de las cosas» sea más fácil de gestionar.
Ha comenzado la carrera mundial por la supremacía en el 5G
El impacto final del 5G podría ir más allá de la simple tecnología. Si nos guiamos por el pasado, una implantación con éxito podría impulsar toda una economía, tal y como vimos en Estados Unidos con el 4G. Al modernizar su obsoleto sistema 3G, EE. UU. creó un entorno fértil para que las compañías tecnológicas nacionales desarrollasen nuevas formas de almacenar y transmitir el contenido, y un sólido acceso para el público garantizó la audiencia necesaria para consumir ese contenido. Los inversores se beneficiaron mucho cuando Facebook, Netflix y Alphabet (la matriz de Google y Youtube) aseguraron sus posiciones líderes en el mercado.
Ahora se ha disparado una carrera frenética para dominar el 5G. China lleva mucho tiempo intentando establecerse como uno de los grandes actores en el mercado de las redes móviles, tanto ayudando a desarrollar protocolos de sistema como apoyando a sus productores de hardware. Uno de ellos, Huawei, se encuentra entre los mayores productores de hardware de red, aunque en la práctica se le ha vetado en los mercados estadounidenses por miedo a que sus terminales pudieran recopilar datos delicados para el Gobierno de China.
Como parte de su estrategia, China aisló su Internet y desarrolló su propio motor de búsqueda, sus redes sociales y sus gigantes del comercio electrónico: Baidu en lugar de Google, WeChat en lugar de Facebook, Alibaba en lugar de Amazon. Ahora tiene su propio ecosistema de Internet, altamente desarrollado. Esto ha situado a China en una buena posición para cosechar los beneficios del 5G, y quizá, para posicionar a algunas de sus compañías como líderes mundiales.
Lo que es seguro es que la lucha por la supremacía en el 5G va a crear oportunidades para los inversores a largo plazo. Las empresas que crean tecnología punta, así como las que la emplean para lanzar productos nuevos o mejorados, tienen el potencial de destacar en el mercado mundial. Una vez que el 5G esté disponible en todas partes, se crearán modelos de negocio que antes no existían a causa de las limitaciones tecnológicas. También dará un impulso a los gigantes de la tecnología actuales a medida que las búsquedas en Internet, las redes sociales y el comercio electrónico se integran más y más en el día a día.
Tribuna de Isaac Sudit, analista de inversión en renta variable de Capital Group.
CC-BY-SA-2.0, FlickrFoto: Jean and Fred. Foto: Jean and Fred
En el último trimestre del año, los mercados bursátiles estadounidenses repuntaron hasta máximos históricos en un contexto de creciente optimismo sobre una posible reactivación mundial. Si a cualquier participante del mercado le hubieran dicho en enero de 2019 que así es como acabaría el año, no lo habrían creído: el sinfín de desafíos a los que hacían frente la economía mundial y los mercados a principios de año no auguraban nada bueno.
La Reserva Federal estadounidense (Fed) había endurecido su política de forma prematura, la guerra comercial entre EE. UU. y China se estaba recrudeciendo, el Reino Unido estaba sumido en el agonizante proceso del Brexit, Europa se estaba ralentizando (Alemania evitó por los pelos entrar en recesión técnica) y el populismo de derechas resurgía en todo el mundo. En este contexto, cabía esperar que los mercados progresaran poco durante el año y, en cambio, lo hicieron de forma espectacular.
Para finales de diciembre, el índice de volatilidad (VIX), un parámetro para cuantificar la volatilidad en los mercados de renta variable, estaba sumido en la más absoluta calma, y el índice MSCI All Country World Equity había subido casi un 28 % en divisa local. El último trimestre del año protagonizó un especial optimismo que quedó reflejado en los mercados de capitales. Por tanto, los sectores cíclicos de renta variable, como el industrial y el financiero, registraron una evolución superior a la de las opciones más seguras, como los suministros públicos o el consumo básico. Los rendimientos de la deuda pública a largo plazo repuntaron y, en cuanto a las divisas, el dólar australiano se revalorizó frente al yen japonés, mientras que el euro y la libra esterlina repuntaron frente al dólar estadounidense. En materias primas, el cobre superó al oro y el crudo empezó a subir. La euforia empezaba a echar raíces.
Las razones de esta evolución pueden desglosarse a corto y a largo plazo. En el plano más inmediato, el consumo estadounidense mantuvo su solidez durante el año gracias al reducido nivel del desempleo, el aumento de los salarios, el abaratamiento de la financiación de hipotecas y el moderado nivel de la inflación.
Ello conllevó que el 80 % de la economía más importante del mundo se encontraba en buen estado y que, por tanto, resultaba poco probable que se produjera una recesión a escala mundial. En segundo lugar, la liquidez mundial era abundante, dado que los bancos centrales hacían lo que podían para compensar los efectos del comercio usado como arma en la política internacional. La disputa más obvia era entre EE. UU. y China, pero Japón y Corea del Sur también se vieron envueltos en un amargo enfrentamiento sobre reivindicaciones históricas.
La Fed, tras detectar una pérdida de dinamismo económico a principios de año, dio marcha atrás en su endurecimiento de 2017 y 2018 recortando los tipos de interés y declarando que estaría preparada para permitir que la inflación superase su objetivo «de forma simétrica» antes de plantearse un nuevo ciclo completo de endurecimiento (véase Gráfica 1 más abajo). Asimismo, amplió su balance para abordar problemas técnicos de la financiación de los «repos», lo que en gran medida se interpretó, de manera acertada o errónea, como un refuerzo de su compromiso de brindar una liquidez que, en última instancia, beneficiaría a la economía y a los mercados de renta variable. El Banco Central Europeo (BCE) también renovó su programa de expansión cuantitativa, si bien con una gran oposición por parte de Alemania y los Países Bajos.
Estos efectos positivos se intensificaron después del verano, cuando parte de la incertidumbre que acechaba a los mercados se disipó. La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) empezó a darse por sentada con el nuevo primer ministro del país, Boris Johnson, lo que acabó confirmándose con su victoria en las elecciones en diciembre. Al mismo tiempo, EE. UU. y China parecían haber formalizado la primera fase de un exhaustivo acuerdo comercial después de meses de incertidumbre.
Pero, en un plano más profundo, en 2019 se produjo la continuación de una tendencia clave que apuntaló aún más a los mercados bursátiles. En concreto, la demanda de activos seguros por parte de fondos de pensiones, países productores de petróleo, exportadores y empresas con abundante liquidez superó la oferta disponible y mantuvo los precios de los bonos en niveles elevados y los rendimientos, contenidos.
Junto con las políticas monetarias flexibles, los rendimientos negativos o reducidos resultantes en la deuda pública hicieron que los dividendos o las rentabilidades de las acciones parecieran atractivas en comparación y contribuyeron al fenómeno «TINA» —siglas en inglés de «no hay alternativa»— en los mercados de renta variable. Los elevados rendimientos no solo aumentaron el atractivo de las perspectivas de rentabilidad a largo de la renta variable, sino que apuntaban a un mayor valor.
Perspectivas y repercusiones para la inversión
A pesar de la evidente disipación de la incertidumbre, la economía mundial sigue haciendo frente a importantes retos. La globalización podría seguir revirtiéndose mientras las industrias y comunidades locales continúen haciendo frente a las dificultades derivadas de la disrupción y la desigualdad que esta causa y los políticos sigan intentando canalizar el descontento resultante en vez de abordarlo. Así, la guerra comercial entre China y EE. UU. y el brexit seguirán siendo síntomas de este problema tan arraigado. Resulta probable que el crecimiento económico mundial siga peligrando ante la ralentización de la demanda conforme la población activa empiece a envejecer y, en última instancia, a contraerse en el mundo occidental y en China. Este contexto se ve agravado por las escasas probabilidades de que se aplique una respuesta política concertada para abordarlo.
El recurso a la política presupuestaria tendría mucho sentido en vista de los reducidos costes de financiación en todo el mundo y de las rentabilidades potenciales de dedicar recursos a proyectos de inversión.
El sistema interestatal de autopistas que Eisenhower creó en la década de 1950 constituye un magnífico ejemplo del poder de autofinanciación del gasto en infraestructuras: arrojó una rentabilidad estimada del 600%. No obstante, parece poco probable que se materialice una respuesta coordinada, habida cuenta de la oposición (Alemania) y el escaso margen presupuestario (EE. UU., Japón, Italia).
La inmigración es otra posible solución para impulsar la población activa, pero ha pasado a ser una cuestión polémica en muchas economías clave. Así pues, resulta probable que los bancos centrales de todo el mundo sigan haciéndose cargo del problema manteniendo los tipos de interés en niveles reducidos a través de la política monetaria y posibles políticas de expansión cuantitativa (véase Gráfica 2 a continuación).
Al contrario de lo que podría parecer, este contexto de estancamiento económico y los rendimientos reducidos resultantes en la renta fija deberían contribuir a apuntalar las valoraciones de la renta variable, en vez de lastrarlas, dado que los inversores se ven obligados a buscar rendimientos allí donde puedan encontrarlo. Muchos han descrito estos últimos años como excepcionales por haber mostrado estas características tan opuestas pero, en vista de que las condiciones subyacentes no han cambiado, creemos que no hay motivos para creer que no pueden mantenerse durante algún tiempo.
La renta variable sigue siendo la clase de activos escogida por los inversores que buscan crecimiento gracias a las mayores rentabilidades y valoraciones que hemos descrito. Sin embargo, el contexto de escaso crecimiento probablemente conllevará que muchos inversores infravalorarán la asignación adecuada a la clase de activos.
Si bien la volatilidad y otras circunstancias específicas podrían constituir motivos más legítimos para ser prudentes, invertir en empresas que pueden aumentar su cuota de mercado y atraer el capital de los inversores comprometidos seguirá siendo una opción interesante. Se puede obtener valor adicional aumentando la exposición a «megatendencias» que no dependan de un crecimiento económico esquivo.
Algunos ejemplos son: Fortress America (principal beneficiario de las políticas de la Fed, mejor gestión corporativa del mundo), la inversión según criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno (ESG) (el largo camino de la bondad, las cambiantes demandas de los inversores), la tecnología (crecimiento en un mundo de reducido crecimiento) y los mercados emergentes (auge de la clase media, escasa representación en los índices de renta variable).
Más allá de la renta variable, aquellos inversores con el objetivo de preservar el capital deberán buscar la sencillez y la coherencia. Esta parte de la asignación de activos en la cartera debería tener por objeto lograr un perfil de rentabilidad estable, pero discreto, con el fin de amortiguar la volatilidad asociada a la renta variable.
La mejor forma de lograrlo probablemente sea a través de bonos alternativos, como los títulos vinculados a la inflación o aquellos con garantía hipotecaria, así como la deuda corporativa con duración reducida. La deuda pública sigue desempeñando su papel de diversificación en las carteras más allá de la renta variable y ofrece ahora cierto valor tras el reciente repunte de los rendimientos.
Desde el punto de vista táctico, pueden surgir oportunidades a medida que los mercados pasen de descontar los indicios de una demanda reducida a descontar de nuevo la consiguiente respuesta política. Entretanto, el reajuste periódico de los objetivos de asignación de activos puede generar un valor sorprendente con el tiempo y debería constituir un componente habitual de la actividad regular de todas las carteras. Esta combinación de rigor y flexibilidad será crucial para alcanzar el éxito en 2020.
Tribuna de Julian Horward, responsable de soluciones multiactivo en GAM Investments.
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Pixabay CC0 Public Domain. En términos generales, los fondos direccionales con mayores exposiciones netas superaron a aquellos con niveles inferiores de exposición
En un entorno donde la mayoría de las clases de activos se revalorizaron, el sector de los hedge funds experimentó uno de sus mejores años en una década, según la opinión de Alexis Mansuy, analista en SYZ AM, y Cédric Vuignier, director de Investigación e Inversiones alternativas en SYZ AM. Además, la mayor parte de las estrategias avanzaron, a excepción de las de los gestores sistemáticos macro, que no consiguieron interpretar los mercados con sus modelos fundamentales. “Para los fondos equity market neutral, fue un año positivo a la par que complejo, sobre todo a causa de unas rotaciones de factores más frecuentes y al estrangulamiento de las posiciones cortas”, subrayan los expertos.
Además, la decisión de la Reserva Federal de recortar los tipos de interés vuelve a catapultar los precios de los activos a cotas máximas, situando la volatilidad en niveles mínimos. Como consecuencia, se generaron importantes alzas en las asignaciones a renta variable y apalancamiento en las estrategias basadas en riesgos, como la de la paridad de riesgos. “En caso de que este aumente la volatilidad, cabe esperar un gran desapalancamiento como el que experimentamos a finales de 2018”, advierten desde SYZ AM. Ahora bien, ¿será el coronavirus el desencadenante?
“En nuestra búsqueda constante de alfa, creemos que hay tres temáticas que destacarán en los próximos doce meses”, destacan los autores. En primer lugar, el arbitraje de los bonos convertibles debería beneficiarse de una mayor volatilidad a nivel de los títulos individuales y del aumento de las emisiones nuevas en Estados Unidos. Asimismo, desde la gestora creen que hay valor por descubrir en Japón: “Gracias a las recientes reformas aplicadas por el primer ministro, Shinzo Abe, el sector empresarial japonés está experimentando profundos cambios”, destaca Mansuy.
Por último, la tercera temática de inversión que destaca SYZ AM es el aprendizaje automático. “Esta tecnología revolucionaria está alterando radicalmente nuestra experiencia del mundo a medida que los ordenadores desarrollan sus propios algoritmos”, subrayan los autores. Esto ha creado una carrera en pro de los datos y, entre los inversores, una búsqueda en el mercado. El aprendizaje automático es, según SYZ AM, actualmente una tecnología en la que se puede invertir y que trabaja para optimizar las carteras y crear inversiones y modelos de previsión.
Por otro lado, desde la gestora esperan que los mercados muestren mayor volatilidad, lo que debería favorecer a los gestores macro discrecionales y sistemáticos a corto plazo. No obstante, a los replicadores de tendencias de medio a largo plazo puede resultarles más complejo capear un mercado con más turbulencias.
Asimismo, en el periodo analizado, los mercados de renta variable se anotaron alzas de dos dígitos en la mayoría de las regiones, con dispersión entre los sectores. Las persistentes rotaciones de estilo también caracterizaron el periodo, lo que situó a los títulos financieros entre los más rentables.
Pese a los recortes de tipos a corto plazo a nivel mundial, el rendimiento estadounidense a 10 años volvió a subir del 1,5% a casi el 2%, lo que provocó una rentabilidad inferior en los sectores equivalentes a la renta fija como suministros públicos, inmobiliario y consumo básico.
En términos generales, los fondos direccionales con mayores exposiciones netas superaron a aquellos con niveles inferiores de exposición. Sin embargo, destaca la gestora, las marcadas rotaciones del estilo de crecimiento al de valor hicieron que el alfa fuera más baja para algunos gestores en este segmento. “Esto también generó preocupaciones para los gestores market neutral, que tendieron a mantener un posicionamiento largo en crecimiento y corto en valor, y que arrojaron una rentabilidad de plana a negativa desde septiembre hasta finales de año”, añade Vuignier.
Por todo ello, en estos últimos cuatro meses de repunte de renta variable, desde la gestora subrayan que “no es de extrañar que los gestores de estrategias equity hedge hayan aumentado su apalancamiento”.
“Continuamos siendo prudentes respecto de los mercados bursátiles en el año 2020, después de que en 2019 se hayan registrado rentabilidades que no veíamos desde hace más de media década”, concluyen los analistas. En este año, las tensiones políticas sobre las relaciones comerciales entre EE. UU. y China, y recientemente entre EE. UU. e Irán, así como la continua incertidumbre acerca del Brexit, justifican esta actitud prudente.
Conviene adoptar un enfoque de inversión prudente para afrontar una serie de riesgos. Entre estos se incluyen, además de las repercusiones del coronavirus, unas elevadas valoraciones, una calidad crediticia bajo presión, las tensiones geopolíticas y el entorno macroeconómico.
Si su bandeja de entrada se parece en algo a la mía, seguro que se entretuvo todo el mes de diciembre organizando las numerosas ediciones de perspectivas de inversión para 2020. Conforme las examinaba, dos ideas me vinieron al pensamiento:
El futuro es imposible de predecir; simplemente debería esperar seis semanas para redactar mis perspectivas. Esto incrementaría enormemente mis probabilidades de exactitud.
Muchos de esos correos electrónicos que ni se abrieron ni leyeron tienen algo en común: ni una sola mención al coronavirus.
Las vidas que el coronavirus se ha cobrado suponen, sin lugar a dudas, una auténtica tragedia. Como firma internacional y miembros de la comunidad mundial, el impacto en nuestros clientes y empleados representa nuestra máxima prioridad.
También nos preocupa que, detrás de los titulares y comentarios de inversión idiosincrásicos y, en ocasiones, alarmistas en todo el mundo, se esconde una importante faceta de esta crisis sanitaria: los economistas, analistas e inversores parecen haberse convertido actualmente en profesionales médicos y especulan sobre la naturaleza, la duración y las consecuencias de un riesgo mundial que no existía hace dos meses (un riesgo en el que muy pocos pueden afirmar ser expertos). La narrativa del virus pone de manifiesto la dificultad que entraña prever el futuro.
Prudencia es la palabra clave
Nos adentramos en 2020 con cautela. Nuestro posicionamiento no se basaba en ningún conocimiento premonitorio sobre el coronavirus, sino más bien en un amplio reconocimiento de los desafíos que los inversores afrontarán en el nuevo año. Estos retos parecen aún más acentuados a la luz del virus y su impacto en la economía mundial.
Las restricciones de viaje, la incertidumbre comercial y las perturbaciones en las cadenas de suministro representan claros obstáculos a corto plazo; la confianza, el gasto de capital y el consumo son ámbitos conexos que probablemente se verán sometidos a presión. La dinámica económica resulta indudablemente desfavorable en el primer trimestre de 2020, si bien se desconocen la duración y la magnitud de los efectos del virus.
Como he mencionado, nuestra evaluación del virus no fue el factor determinante de nuestra postura de prudencia de cara al nuevo año. Más bien, reflexionamos sobre lo que conocíamos y llevamos a cabo una evaluación probabilística de los elementos que podrían incidir en las rentabilidades de la inversión.
En 2019, prácticamente todos los activos líquidos cosecharon rentabilidades espectaculares. No obstante, estamos firmemente convencidos de que las semillas de la cosecha de 2019 se sembraron en 2018. Sin la volatilidad del mercado bajista en el cuarto trimestre de 2018, sobre todo en diciembre, las rentabilidades de 2019 probablemente no se habrían materializado. De igual modo, la evolución del año pasado define el entorno en el que nos hallamos hoy en día. Solo pueden lograrse unas rentabilidades impresionantes tras un periodo de caída. En ausencia de volatilidad, las expectativas de rentabilidad deberían ser más reducidas, dado que el punto de partida son unas valoraciones exigentes.
Muchos riesgos que se habían identificado previamente siguen presentes en el actual entorno: unas elevadas valoraciones, una calidad crediticia bajo presión, las tensiones geopolíticas y el entorno macroeconómico. Los elevados saldos de deuda siguen siendo una preocupación potencial en el sector empresarial. Las tasas de apalancamiento corporativo en Estados Unidos se sitúan en máximos de 40 años (1), debido al creciente volumen de deuda con calificación BBB («investment grade») que roza la condición de «bono basura». No se puede culpar a los emisores corporativos por endeudarse a tipos de interés históricamente bajos, salvo por el hecho de que gran parte de esa deuda está financiando la recompra de acciones de las propias empresas, lo que está ocurriendo ahora a un ritmo más acelerado que la compra de acciones de inversores minoristas o institucionales (2).
Inquietudes en torno al crecimiento
La calidad del crecimiento en el universo empresarial estadounidense sigue siendo motivo de preocupación. Muchas compañías se están beneficiando de unos tipos de interés más bajos y unos tipos impositivos reducidos, y han recogido los frutos de la consiguiente expansión de los márgenes. Además, como nuestro estratega de inversión, Rob Almeida, señaló en un artículo reciente (3), la actual calidad de los beneficios (a saber, los «beneficios ajustados») parece ínfima.
El carácter prudente de nuestras perspectivas se atribuye a estos factores, sobre todo si tenemos en cuenta que los diferenciales de la deuda corporativa se han estrechado hasta rozar niveles récord. El entorno macroeconómico mundial también supone un desafío. Los saldos de deuda a escala internacional siguen repuntando hasta cotas sin precedentes, mientras que a los bancos centrales les resulta casi imposible alejarse de las políticas monetarias acomodaticias sin ocasionar una ralentización económica.
Estas políticas no solo agravan los elevados niveles de endeudamiento, sino que además crean el distorsionado fenómenos de los tipos de interés negativos. No creemos que estas dinámicas vayan a alterarse de forma significativa en 2020. A principios de año, China reforzó su postura acomodaticia, la Reserva Federal estadounidense dejó entrever que mantendría una política de tipos de interés «bajos para siempre» y Christine Lagarde tomó el mando de un BCE acomodaticio que Mario Draghi había dejado en piloto automático. A nuestro parecer, este año veremos más de lo mismo, lo que justifica la continuación de un enfoque de cautela y prudencia.
No cabe duda de que los mercados de riesgo cobraron fuerza en el cuarto trimestre de 2019, al relajarse las tensiones comerciales gracias a la firma de la primera fase del acuerdo comercial entre Estados Unidos y China que parece haber puesto freno al deterioro económico. Con posterioridad, sin embargo, solo constatamos una leve mejora de las condiciones económicas o la confianza empresarial. Los mercados de riesgo descontaron rápidamente una recuperación que todavía no se ha materializado. Esa confianza se está viendo amenazada por el impacto del coronavirus. También ponemos en tela de juicio la solidez de la primera fase del acuerdo comercial, a medida que comienza la etapa preparatoria de la segunda fase de conversaciones y las negociaciones comerciales europeas cobran impulso.
Los riesgos geopolíticos persisten
En el frente geopolítico, el año comenzó con una cita electoral en Taiwán, lo que nos recordó que la presión social en el sudeste asiático y China tiene visos de prolongarse durante algún tiempo. El resurgimiento de las tensiones en Oriente Próximo podría ejercer presión sobre los mercados de energía y materias primas.
Por fin se puso término al «brexit», y el Reino Unido se halla ahora en un año de «transición» en el que tendrá que negociar nuevos acuerdos comerciales, aunque estos se enfocan a resolver asuntos que ya han sido objeto de extensos debates durante tres años sin que se haya alcanzado ninguna solución. Mientras tanto, Estados Unidos se adentra en el tramo final de unas controvertidas elecciones presidenciales, caracterizadas por unas opiniones y políticas extremadamente divergentes.
La evaluación de los fundamentales y los riesgos resulta esencial
Por último, la llegada de enero no es motivo para elaborar unas nuevas perspectivas. Puede que sea el primer mes del año, pero enero no es diferente de abril u octubre. El comienzo de un nuevo año tampoco es razón para replantearse el enfoque de inversión adoptado. En nuestra condición de gestores activos, nuestro mandato consiste en evaluar las perspectivas sobre los fundamentales con arreglo a los precios que estamos pagando por esos fundamentales. Mientras examinamos estas dinámicas en el entorno actual, deberíamos seguir actuando con prudencia.
Esta era nuestra postura en diciembre y en enero, y todavía parece (incluso más) pertinente en la actualidad. El coronavirus ha añadido una buena dosis de incertidumbre adicional. China ha reaccionado de la única forma que conoce: recortando los tipos de interés, aumentando la liquidez e incluso adoptando más medidas de relajación fiscal. Se desconoce cómo evolucionarán China y la economía mundial
El virus supone además un recordatorio de que siempre existen riesgos impredecibles acechando entre las sombras. La actual narrativa del mercado pronto podría verse amenazada por un vuelco de los indicadores económicos que, con casi total seguridad, se producirá tras el estancamiento de la actividad vinculado al virus (y, tal vez, por algunas de las otras preocupaciones identificadas). Como el Bardo afirmó, con mucho acierto, en Hamlet, «Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones» (4).
Columna de William J. Adams, director de inversiones de renta fija global en MFS Investment Management.
Anotaciones:
(1) Moody’s Analytics Research, Weekly Market Outlook, 21 de noviembre de 2019.
(2) Goldman Sachs, Portfolio Strategy Research, «Flow of Funds: Outlook for US Equity Demand in 2020»
(21 de octubre de 2019).
(3) Robert Almeida, Strategist’s Corner, «Lo extraordinario se está volviendo demasiado ordinario», febrero de 2020.
(4) William Shakespeare, Hamlet, 4.º acto, escena V.
Pixabay CC0 Public DomainFoto: Matteo Fusco. Foto: Matteo Fusco
Conforme el brote del virus se propaga mucho más allá de las fronteras chinas, resulta difícil prever con exactitud qué impacto tendrá; con todo, podemos afirmar con total seguridad que el consumo y el suministro se verán significativamente afectados.
No cabe duda de que el coronavirus está conmocionando la economía mundial. La naturaleza de la enfermedad difiere en gran medida de la del SARS o la gripe porcina, ya que la tasa de transmisión es mucho más elevada y, por suerte, la tasa de mortalidad es mucho más reducida. Otra clara diferencia es que la infección ya se ha aventurado claramente fuera del continente asiático. Hasta hace unas semanas, los europeos y estadounidenses podían estar tranquilos y considerar que el nuevo virus era un problema de China, con algunos brotes en el resto de Asia. Ahora, tras unas semanas llenas de noticias sobre la evolución del coronavirus en Corea y, más importante aún, en Italia, esta sosegada visión de los mercados se ha hecho añicos, y el S&P retrocedió casi un 7% desde los máximos alcanzados a finales de febrero (1).
¿Cómo evolucionará el brote del coronavirus?
Para los que no nos dedicamos a la medicina o a asuntos de salud pública, resulta muy difícil formular previsiones. No me sorprendería en absoluto que el número de casos aumentara de manera significativa. El simple hecho de que muchas familias hayan viajado por toda Europa durante las recientes vacaciones escolares no hace sino exacerbar la situación. Así pues, la pregunta clave es cómo lograrán las autoridades contener el brote del coronavirus.
El éxito de Singapur en limitar los casos de contagio y no registrar ninguna muerte me resulta alentador. Ahora bien, cuando miramos al futuro, estamos convencidos de que el brote del coronavirus se extinguirá: el calor del verano debería aliviar las tasas de transmisión, aunque las medidas de contención deberían reducir la incidencia de la enfermedad incluso antes del periodo estival.
Si analizamos las estadísticas procedentes de China (y asumiendo que son correctas), ya podemos detectar los resultados de la agresiva estrategia de contención. La crisis llegará a su fin en algún momento, probablemente en los próximos meses. Entonces, ¿cuál será el impacto económico? Hasta la fecha, identificamos dos claras repercusiones: el consumo perdido y el suministro perdido. Cuando examinamos los datos chinos, constamos que el consumo desciende a medida que la enfermedad se convierte en el mayor foco de preocupación de los consumidores.
En febrero, Adidas anunció que las ventas en China se habían desplomado en un 85% (2), y a ese nivel no merece la pena que los analistas traten de cuestionar los números. Se trata de una catástrofe evidente, aunque temporal. En unos cuantos meses (y, sin duda, antes de que acabe el año), volveremos probablemente a la normalidad. No obstante, intuyo que una proporción significativa de la caída en el consumo desaparecerá para siempre. Aunque todavía es posible que acabemos renovando nuestro teléfono inteligente, lo más seguro es que no compremos ese traje de la nueva temporada de primavera que teníamos en mente.
La segunda repercusión se refleja en una perturbación del suministro, donde observamos claramente que la escasez de componentes críticos está provocando una situación de «infraproducción». Apple ya lo reconoció a mediados de febrero (3), y seguiremos escuchando mucho más de lo mismo. De nuevo, si no se disponen de inventarios, la demanda de los consumidores caerá en saco roto y una parte de ese consumo acabará perdiéndose.
En los sectores donde los ciclos de inventarios son la norma, se dará comienzo a un ajuste de inventarios. La profundidad de la etapa descendente del ciclo y el carácter internacional que adquirirá este evento determinarán el periodo necesario de ajuste. Parece probable que asistamos a una nueva «recesión industrial» provocada por el coronavirus, similar a la crisis del euro de 2012, el colapso de los precios del petróleo en 2014-15 y la ralentización derivada del conflicto comercial en 2018-19. Ninguno de estos acontecimientos provocó una recesión global y, dada la naturaleza provisional del brote del coronavirus, no prevemos que esta vez será diferente (aunque podría suceder en Japón o incluso en Alemania, pero sería una recesión leve en todo caso).
Las compañías experimentarán un periodo de revisiones de beneficios a la baja, lo que continuará haciendo mella en el mercado, incluso si su capacidad de perturbación resulta limitada. Aunque no hemos efectuado estimaciones formales, es posible que las revisiones a la baja de los beneficios alcancen los dos dígitos.
Este fue el impacto de las ralentizaciones derivadas de las infecciones virales mencionadas con anterioridad, lo que bastaría para echar por tierra las previsiones de crecimiento de beneficios formuladas para este año. Podríamos plantearlo de otra manera: el entorno de lento crecimiento que la economía mundial ha experimentado desde la crisis financiera mundial se prolongará. Durante ese periodo, la compañía media ha atravesado dificultades para impulsar el crecimiento de los beneficios. En el gráfico 1, por ejemplo, se muestra la evolución de los beneficios mundiales con respecto al sector tecnológico durante el periodo en cuestión.
El coronavirus tendrá como efecto una prolongación de esta tendencia en 2020. Huelga decir que no solo las firmas tecnológicas se incluyen en esta categoría, sino también las compañías de crecimiento de elevada calidad y tecnología médica que pueden despuntar en todos los entornos económicos. A finales de febrero, Mastercard lanzó una advertencia sobre beneficios (4), al revisar a la baja sus previsiones de crecimiento de los beneficios en dos o tres puntos porcentuales. Si echamos un vistazo a la rentabilidad de la compañía durante la crisis financiera mundial, observamos que, incluso cuando la fortaleza del dólar suponía un freno, la firma mantuvo una tasa de crecimiento de los ingresos del 3% (5). Los buenos negocios registran rentabilidades superiores y consolidan sus posiciones competitivas durante los periodos más complicados.
A medio plazo, una de las repercusiones evidentes que el coronavirus trae consigo es una mayor presión para diversificar o incluso reducir las cadenas de suministro. En los 30 últimos años, el modelo de éxito de una compañía occidental ha consistido en ampliar las cadenas de suministro con el fin de acceder a unas materias más baratas en las economías de bajos salarios, de las cuales China ha sido la máxima expresión. El presidente Trump ha mostrado una resistencia política a esta tendencia, y el coronavirus refuerza el énfasis en la seguridad del suministro.
En la próxima década, conforme aumenta el uso de la inteligencia artificial, las compañías formularán, por ejemplo, sus previsiones de demanda con una mayor frecuencia, y los negocios sacarán partido de esta información a través de unas cadenas de suministro más cortas y flexibles —y la automatización ayudará a contrarrestar las presiones de costes resultantes. Por último, aunque lo expuesto con anterioridad ofrece un marco de referencia para reflexionar sobre el impacto del coronavirus, la situación cambia muy rápidamente. Saludos y salud.
Columna de Neil Robson, director de renta variable global en Columbia Threadneedle Investments.
Anotaciones:
(1) Bloomberg, 27 de febrero de 2020
(2) «Adidas says business activity in China has tanked roughly 85% due to coronavirus», CNBC, 19 de febrero de 2020
(3) «Apple warns of coronavirus causing iPhone shortages», The Guardian, 17 de febrero de 2020
(4) «Mastercard cuts revenue outlook on coronavirus impact», FT.com, 25 de febrero de 2020
(5) «Visa, MasterCard cut costs as revenue growth slows», Budapest Business Journal, 16 de febrero de 2009
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El lemino es una criatura que instintivamente sigue a otros leminos de su entorno. Desafortunadamente, los leminos son conocidos por lanzarse de un barranco hacia su muerte por seguir a otros leminos. El comportamiento racional no está programado en su ADN, al menos cuando se trata de tomar una decisión la cual lo lleve a su muerte.
Desafortunadamente vemos este comportamiento a lo largo del panorama de inversión. El comportamiento racional debiese instruirnos a comprar a precios bajos y luego vender a precios altos. En realidad, son las emociones por lo general que dictan las decisiones de inversión. Los inversores compran después de que ver a muchos otros hacerlo, usualmente cuando los precios han subido. De la misma manera, venden cuando observan a muchos otros vendiendo, usualmente cuando hay una mala noticia económica y los precios son empujados a la baja. Comprar caro y vender barato es la gran realidad demuchos inversores, frecuentemente influenciados por emociones fuertes y la necesidad de seguir a otros para justificar las decisiones. Los inversores profesionales atribuyen este mismo comportamiento humano a la toma de decisiones emocional, similar al lemino.
La mayoría de las inversiones privadas no son distintas. El comportamiento racional dicta a los gestores de fondos que contratamos a comprar barato y luego vender caro. Esto generalmente significaría que un gestor de fondo adquiera empresas pagando razonablemente 7 veces su flujo de caja, trabaje en crear valor en esas empresas sobre un periodo de años, y después venda la inversión con una ganancia. En realidad, observamos muchos gestores comprando alto, con la esperanza de crear valor para luego vender a precios más altos; esto como resultado incrementa el riesgo de vender a una perdida – especialmente con inversiones que involucran mucha deuda (apalancamiento).
¿Entonces porque este comportamiento ocurre en inversiones privadas? La respuesta empieza con el hecho de que muchos inversores se comportan como leminos. Cuando un fondo de pensiones de reconocida reputación como CalPers anuncia (como lo hizo de nuevo en 2018) de que estarían duplicando sus inversiones privadas con la meta de incrementar el rendimiento de su portafolio, el cual les esta rindiendo en los bajos dígitos (por debajo de 10%), la mayoría de la comunidad de inversión toma nota y se comporta similar. Por otro lado, al examinar los incentivos de los empleados de inversión de la mayoría de las instituciones, los incentivos no están alineados con sus beneficiarios; lo cual presenta la posibilidad de que se tomen decisiones conflictivas. La meta primordial de muchos inversores dentro de los fondos de pensiones es mejorar su resume y no ser despedidos en el proceso. Empiezan teniendo una sensación falsa de seguridad por invertir en los gestores de fondos con grandes marcas y de nombre. Gestores quienes hacen un excelente trabajo de marketing para sus fondos loq ue los ayuda a crecer cada vez mas sus billones de activos bajo manejo (2019 fue un año récord para levantamiento de activos y de efectivo disponible para invertir).
Subsecuentemente, estos grandes fondos crecen aun mas, y a la vez su competencia. Estos fondos luchan por encontrar oportunidades e ineficiencias para poder utilizar sus billones. Ellos compiten casi por cada transacción que invierten, por lo tanto, los precios de compra incrementan a múltiplos muy altos, un rango de 11-13 veces flujo de caja o por encima de estos niveles. Después estos mega fondos aún tienen que entregar un rendimiento que justifique la tasa que cobran y la iliquidez del cual le piden a sus inversores.
La creación de valor es difícil de implementar en empresas grandes sobre periodos relativamente cortos. Frecuentemente, los gestores de mega fondos confían en el uso excesivo de apalancamiento para mejorar sus bajos rendimientos. Solo en el 2018, cerca del 15% de las adquisiciones de empresas utilizaron una palanca de 7 veces flujo de caja para artificialmente mejorar sus rendimientos. Este comportamiento esta bien en un ambiente de tasas bajas y no durante una recesión, pero las desaceleraciones económicas son impredecibles, las tasas suben y el riesgo de una bancarrota es real. En tiempos económicos normales, una bancarrota al estilo de Toys-R-Us es un llamado de atención a los inversores que adjudican recursos a gestores de fondos con este comportamiento arriesgado. A pesar de este patrón de hechos, muchos inversores continúan otorgando billones de dólares a los mega fondos, aun cuando estamos en las últimas etapas del ciclo económico.
Hay una mejor manera de invertir, aun en este ambiente. Solo hay que decir: no a convertirse en un inversor lemino. No aceptar riesgo innecesario. No seguir el comportamiento colectivo y lanzarse de un barranco. De los mas de 8.000 gestores privados, hay un buen numero que invierte apropiadamente y que mitiga riesgos. Como hemos mencionado en artículos previos, hay que trabajar, hacer preguntas, buscar alineamiento de incentivos, y hacer lo mejor que podamos para evitar riesgos innecesarios.
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Las Afores mantienen inversiones en estructurados (CKDs, CERPIs y deuda estructurada) por 12.786 millones de dólares (mdd) que equivale al 5,9% de los activos en administración al cierre de enero de acuerdo con la CONSAR.
Esta cifra significa que las Afores tienen el 89% de las emisiones de CKDs y CERPIs y con el 11% restante participan otras entidades como aseguradoras y fondos de pensiones (no AFOREs), entre otros.
De un total de 10 Afores las 5 que mantienen inversiones superiores a los mil mdd concentran el 85% de los recursos (10.786 mdd). Estas 5 Aforess en orden de importancia son: AFORE XXI-Banorte (3.423 mdd), Citibanamex (2.897 mdd), Sura (1.845 mdd), Profuturo (1.498 mdd) y PensiónISSSTE (1.214 mdd). Estos montos solo corresponden al dinero llamado por lo que si se consideran el dinero comprometido los montos aumentan casi al doble al cierre de enero de 2020.
Comparando las inversiones de las Aforess de este cuadro respecto al PREQIN Special Report: The Private Equity Top 100 de febrero de 2017 (pág. 9), se tiene que AFORE XXI-Banorte estaría en el lugar 87. Aunque hay una diferencia de tres años en la comparación ya que el reporte de PREQIN es a 2017 y las inversiones que se tienen de las AFOREs son a enero de 2020, se puede concluir que las inversiones que tienen las AFOREs más grandes en capital privado local y global las ubica en el top 100 de los inversionistas de capital privado.
Otro dato interesante es que solo 5 de los 100 fondos de capital privado más grandes (página 4 y 5) han sido emisores de CERPIs como es el caso de Blackstone Group (lugar 2 en el reporte de PREQIN), KKR (lugar 3), HarbourVest Partners (lugar 14), Lexington Partners (lugar 17) y Partners Group (lugar 21) lo cual presenta el potencial de que lleguen otros emisores internacionales a México.
En total se tienen 75 emisores de los 114 CKDs y 32 CERPIs. El emisor más importante es Infraestructura México con 1.470 mdd de recursos comprometidos orientados al sector de infraestructura; seguido de Credit Suisse con 3 CKDs del sector relacionado con la deuda mezanine y recursos comprometidos por 1.376 mdd. En la tercera posición está Mexico Infraestructure Partners con 4 CKDs y 2 CERPIs que suman 1.332 mdd de recursos comprometidos orientados al sector infraestructura.
Al revisar las inversiones en CKDs y CERPIs de los últimos 10 años se puede ver el creciente interés de las AFOREs por invertir en capital privado, como se puede observar en la gráfica. Si bien en 2016 se observa una baja en las cifras, esto obedece a que en la información que reporta CONSAR a partir de este año separó las inversiones en las Fibras respecto a los estructurados (donde se agrupan desde entonces solo los CKDs, CERPIs y la deuda estructurada).
Las inversiones en los últimos tres años en CKDs y CERPIs ha sido en promedio de 2.241 mdd por año, por lo que esperar un crecimiento de 2.000 mdd en 2020 resulta conservador dado el crecimiento promedio de años anteriores.