No hay forma de hablar de inversiones en el mercado bursátil sin hablar de desafíos. La expresión “a mayor riesgo, mayores rendimientos” es algo ampliamente conocido y, aunque
la premisa no siempre se cumple, nos habla de que al asumir mayores riesgos, se presentan las condiciones para que la recompensa pueda ser mejor.
Sin embargo, para que un inversionista tome los riesgos necesarios, primero tiene que allanar un camino sólido que solo se construye sobre un objetivo claro, diversificación y una estrategia personalizada.
Pero, ¿exactamente a qué retos se enfrentan las personas que invierten? En el contexto del mercado bursátil, el riesgo suele estar asociado a la incertidumbre, y cuando se materializa, generalmente implica una pérdida económica; no obstante la relación riesgo-rentabilidad en el mercado bursátil es muy estrecha y depende significativamente del activo por el que se apuesta.
Existen diversos factores que nos permiten medir el riesgo de una inversión y uno de ellos es la volatilidad, una medida que nos dice qué tanto se aleja el precio de un activo de su precio promedio. Si determinado activo tiene poca variabilidad, como la mayoría de los bonos gubernamentales, típicamente nos referimos a esa clase de activos como «instrumentos de bajo riesgo».
En tanto, instrumentos financieros como las acciones y fondos de renta variable normalmente tienen una variabilidad que va de moderada a alta, mientras que los activos financieros con alta variabilidad, como las criptomonedas, se consideran de «alto riesgo».
Pero existen diferentes clases de riesgo que un inversionista puede enfrentar y estos pueden ser cuantificables y no cuantificables. Dentro de la primera clasificación destaca el riesgo de mercado, el cual se refiere a que el valor de una inversión puede fluctuar debido a la naturaleza cambiante del mercado financiero.
El riesgo de crédito se refiere a la posibilidad de que el emisor de un bono o instrumento de deuda no cumpla con sus obligaciones de pago. Este escenario puede darse si la entidad emisora quiebra o incumple sus compromisos financieros.
Por su parte, el riesgo de liquidez nos habla de la dificultad de vender o liquidar una inversión. En el mercado de valores, puede haber instrumentos con baja demanda, incluso si provienen de emisores confiables. Por ello, es clave que el inversionista conozca el volumen de negociación de cada valor: si invierte en uno con poca liquidez, podría verse obligado a venderlo a un precio menor al deseado.
El riesgo de concentración se puede presentar cuando gran parte de un portafolio de inversión se encuentra invertido en un solo activo, mercado o sector, lo que puede hacer más probable que ante una afectación a ese activo, las pérdidas sean mayores. Por ello la importancia de la diversificación “no apostar todos los huevos a una canasta”.
Entre los riesgos no cuantificables destacan los riesgos legales, los cuales pueden alterar el cumplimiento de las condiciones iniciales en las que se pactó una inversión. Por ello es sumamente importante leer a detalle y comprender los contratos que sostienen una inversión.
Otro tipo de riesgos no cuantificable es el operativo, que se presenta a consecuencia de errores o fallas humanas, en la tecnología, procesos, en la infraestructura o por acontecimientos externos que pueden generar pérdidas.
Finalmente, el riesgo del comportamiento es uno latente en cada uno de los inversionistas, pues este se refiere a una decisión irracional o emocional que puede estropear una estrategia, dejar pasar una oportunidad o generar pérdidas. Para reducir este riesgo y tomar decisiones más informadas al invertir, contar con una asesoría financiera profesional y con experiencia es clave. Un buen asesor ayuda a evitar decisiones impulsivas, reactivas o influenciadas por la euforia o el miedo, y guía en la construcción de un portafolio sólido y confiable.
Como mencioné al principio, el riesgo es parte inherente de invertir, pero apalancarse en objetivos bien definidos, una estrategia diversificada y un conocimiento claro del propio perfil
de riesgo brinda una contención efectiva ante factores fuera de nuestro control. Contar con
un asesor financiero en este proceso no solo facilita esa claridad, sino que también permite construir una estrategia alineada y realista, dejando al inversionista en una posición más sólida para alcanzar los rendimientos deseados.