La inversión sostenible a menudo se percibe como un tren al que sólo se suben los millennials que, siguiendo a sus amigos «trendies», se apuntan a cada nueva moda que aparece. Es cierto que este grupo de edad es el que más interés muestra por la inversión sostenible (IS), pero desde luego no se trata de ninguna moda. De hecho, el interés por la sostenibilidad se distribuye entre distintas generaciones, y sus raíces tienen siglos de antigüedad.
Los estereotipos sobre gente que busca un mundo más sostenible tienden a centrarse en los nacidos a partir de mediados de la década de 1980, puesto que los estudios demuestran que esta generación —los «millennials»— es la que presenta más interés por estas cuestiones. Es más probable, por ejemplo, que compren alimentos orgánicos, escojan café de comercio justo y se muestren más preocupados por los derechos humanos que sus padres y abuelos.
Por otra parte, han crecido en la era de Internet y han dispuesto de mayor acceso a la información que pone de manifiesto actividades contrarias a la sostenibilidad, viéndose así más politizados por ella. Según un estudio realizado en EE.UU., los millennials son «la generación más progresista de
los últimos 50 años», y están haciendo que el país sea más liberal.
Distribución equilibrada
Cuando se trata de inversión, la demanda de sostenibilidad se encuentra sin embargo bastante repartida entre los distintos grupos de edad, según una encuesta realizada por Robeco para conocer los gustos de sus inversores minoristas holandeses. Aproximadamente un 70% de los encuestados mayores de 50 años manifestó un claro interés por la sostenibilidad, frente al 66% del grupo de 34 a 50 años, y al 67% del de 18 a 34.
Aunque no se trata de un estudio científico exhaustivo, revela que la sostenibilidad disfruta de la misma popularidad entre las personas de mediana o avanzada edad que entre los millennials
Los que optaron por invertir en fondos sostenibles fueron el 28% de los mayores de 50 años, el 29% del grupo de 34 a 50, y el 26% de los de 18 a 34, lo que de nuevo viene a refrendar que el interés por estas cuestiones se encuentra repartido de forma equitativa entre las distintas franjas de edad, con una ligera ventaja para el grupo de mediana edad.
Por otra parte, el promedio de recursos destinados a inversión sostenible en sus carteras fue del 29% para los mayores de 50 años, del 30% para el grupo de 34 a 50, y del 33% para los comprendidos entre 18 y 34 años, de manera que los millennials sí que presentan una ligera ventaja, aunque poco significativa, en este estudio propio realizado por Robeco.
Una larga historia
La sostenibilidad no puede considerarse en absoluto una moda pasajera. Sus orígenes se remontan a la Iglesia del siglo XVIII, cuando los Cuáqueros establecieron los primeros criterios de exclusión, negándose a invertir en nada que tuviera que ver con el comercio de esclavos. En épocas más recientes, ganó impulso con las primeras leyes sobre igualdad de derechos promulgadas en los años sesenta, y con las campañas medioambientales de los setenta.
Uno de los casos más trascendentes de aplicación de exclusiones data de la década de 1970, cuando muchas empresas se negaron a invertir en Sudáfrica debido a su régimen de apartheid
Pasó a la escena global en 1987, cuando la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo de la ONU (la Comisión Brundtland) publicó su informe titulado «Nuestro futuro común», poniendo de manifiesto el consumo incontrolado de recursos naturales, que en aquel momento mostraba su lado
más sangrante en la deforestación masiva. El documento será recordado además porque en él se acuñó el término «desarrollo sostenible», con el objetivo explícito de animar a los mercados emergentes a evitar la destrucción del medio ambiente en su búsqueda de crecimiento económico.
Al definir el significado de esta nueva expresión, la presidenta de la Comisión, Gro Harlem Brundtland, escribió: «La humanidad tiene la capacidad de generar un desarrollo sostenible que garantice la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades»
El triple balance
Otra expresión muy conocida, la del «triple balance», no fue acuñada por un millennial, sino por un empresario británico de mediana edad en 1995. John Elkington afirmó que todas las empresas deben tener en cuenta las «tres pes» (People, Planet, Profit; personas, planeta, beneficios) (y no solamente la
última de ellas), ya que cada una de ellas es igual de importante para el éxito a largo plazo de nuestra sociedad. Este concepto evolucionó para dar lugar a los factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo, o ASG, que hoy en día constituyen la piedra angular de la mayoría de los procesos de
inversión sostenible.
La expresión «inversión sostenible» y la idea subyacente a la misma pasaron a ser de uso común en la década siguiente, cuando los inversores comenzaron a tomarse en serio estas cuestiones. Hubo varios intentos terminológicos de expresar este concepto, tales como «inversión ética», «inversión responsable» y, más recientemente, «inversión socialmente responsable», o «ISR», pero inversión sostenible ha sido consensuado como la mejor manera de englobar las diversas estrategias de inversión en las que se tienen en cuenta factores ASG.
Si hablamos de «ponerse de moda», la auténtica consagración global de la sostenibilidad quizás pueda decirse que llegó con la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como la «COP21», celebrada en París en 2015. De ella salió el Acuerdo de París, en el que se retaba al mundo a limitar el calentamiento global a menos de dos grados centígrados sobre los niveles preindustriales. Fue ratificado por 174 países el 22 de abril de 2016, fecha que hoy en día ha sido bautizada por la ONU como el «Día de la Tierra».
Así pues, aunque en el pasado la inversión sostenible haya sido un concepto nicho, nos encontramos claramente ante un punto de inflexión que no admite vuelta atrás.